NUEVA YORK – El huracán ocurrido la semana pasada en el litoral oriental de Estados Unidos (durante el cual yo me encontraba en el sur de Manhattan) se suma a una creciente serie de fenómenos meteorológicos extremos de los cuales se deben aprender lecciones (lessons should be drawn). Desde hace ya mucho tiempo atrás los expertos en clima han sostenido que tanto la frecuencia como la magnitud de tales eventos están en aumento, y los hechos que evidencian esta situación deberían, sin duda, influir en las medidas de precaución – y deberían conducirnos a revisar tales medidas con regularidad.
Hay dos componentes distintos y cruciales en el ámbito de la preparación para casos de desastre. De manera comprensible, el que recibe la mayor atención es la capacidad para montar una respuesta rápida y eficaz. Tal capacidad siempre será necesaria, y pocos dudan de su importancia. Cuando está ausente o es deficiente, la pérdida de vidas y de medios de subsistencia puede ser horrible – como ejemplo patente se tiene al Huracán Katrina que devastó a Nueva Orleans y Haití en el año 2005.
El segundo componente está formado por las inversiones que minimizan el daño a la economía que se espera sufrir. Este aspecto de la preparación general recibe mucha menos atención.
En efecto, en Estados Unidos, las lecciones de lo ocurrido a causa de Katrina parecen haber fortalecido la capacidad de respuesta, tal como lo demuestra la intervención rápida y eficaz tras el Huracán Sandy. Sin embargo, aparentemente las inversiones diseñadas para controlar el alcance del daño se descuidan de manera persistente.
Para corregir este desequilibrio es necesario enfocarse en la infraestructura clave. Por supuesto, uno no puede, a un costo razonable, evitar todo daño posible que causan las calamidades, las cuales golpean al azar y en lugares que no siempre se pueden predecir. No obstante, ciertos tipos de daño tienen grandes efectos multiplicadores.
Esto incluye el daño a sistemas de importancia crítica, como la red eléctrica y las redes de información, comunicaciones y de transporte que se constituyen en la plataforma sobre la que funcionan las economías modernas. Una inversión relativamente modesta en resiliencia, redundancia e integridad de estos sistemas genera altos dividendos, si bien es cierto que sólo a intervalos aleatorios. La redundancia es la clave.
El caso de la ciudad de Nueva York es ilustrativo. La parte sur de Manhattan estuvo sin electricidad durante casi una semana de trabajo completa, al parecer debido a que una importante subestación de la red eléctrica, ubicada en la rivera del East River, explotó de forma feroz (a fiery display) cuando el Huracán Sandy y una marejada hicieron que se inundara. No había ninguna solución pre-integrada para suministrar energía a través de una ruta alternativa.
El costo de este apagón, a pesar de ser difícil de calcular, es sin ninguna duda enorme. A diferencia del impulso económico que puede ocurrir como resultado del gasto en recuperación para restaurar los activos fijos dañados, el costo del apagón es una pérdida irrecuperable. Los cortes de energía locales pueden ser inevitables, pero se pueden crear redes que sean menos vulnerables – y menos propensas a paralizar a gran parte de la economía – cuando se incluyen procedimientos integrados de redundancia.
Se aprendieron lecciones similares relacionadas a las cadenas de suministro mundiales tras el terremoto y tsunami que azotó al noreste de Japón en el año 2011. Las cadenas de suministro mundiales tienen cada vez mayor capacidad de resiliencia, debido a la duplicación de cuellos de botella únicos que pueden derribar sistemas mucho más grandes.
Los expertos en seguridad cibernética están en lo correcto cuando se preocupan por la posibilidad de que se paralice toda una economía a través de un ataque y de una desactivación de los sistemas de control de sus redes de electricidad, comunicaciones y transporte. Es cierto que el impacto de los desastres naturales es menos sistemático; sin embargo, si una calamidad saca de funcionamiento a componentes clave de las redes que carecen de procedimientos de redundancia y de respaldo, los efectos son similares. Inclusive la respuesta rápida es más efectiva si las redes y los sistemas clave – en especial la red de electricidad – tienen capacidad de resiliencia.
¿Por qué tendemos a no invertir lo suficiente en capacidad de resiliencia para los sistemas clave de nuestras economías?
Una explicación es que en tiempos normales se ve a la redundancia como una pérdida, con cálculos costo-beneficio que descartan una mayor inversión. Esta explicación parece ser claramente incorrecta: las estimaciones de numerosos expertos indican que la redundancia integrada es rentable a menos que se asignen probabilidades bajas no realistas a eventos perjudiciales.
Esto lleva a una segunda explicación que es más plausible, que es de carácter psicológico y conductual. Tenemos una tendencia a subestimar tanto las probabilidades como las consecuencias de lo que en el mundo de las inversiones se denominan como “eventos que producen altas pérdidas”.
Para agravar este patrón se tienen incentivos deficientes. Los denominados principales, ya sean estos inversores o votantes, determinan los incentivos de los agentes, ya sean ellos administradores de activos o funcionarios y formuladores de políticas elegidos mediante voto. Si los principales comprenden el riesgo sistémico de manera incorrecta, puede que sus agentes, incluso en caso de que ellos sí entiendan bien tal riesgo sistémico, no sean capaces de responder sin perder apoyo, ya sea en la forma de votos o de activos bajo su administración.
Otra línea de razonamiento indica que las empresas que dependen en gran medida de la continuidad – por ejemplo, los hospitales, las empresas de tercerización en la India y las bolsas de valores – invertirán en sus propios sistemas de respaldo. De hecho, lo hacen. Pero dicha acción ignora una serie de asuntos relativos a la movilidad, seguridad y vivienda de los trabajadores. Un patrón amplio de auto-seguro que se establece debido a que no se invierte lo suficiente en infraestructura con capacidad de resiliencia es una opción ineficiente y claramente inferior.
No invertir lo suficiente en infraestructura (incluyendo en mantenimiento diferido) se ha generalizado en casos en los que las consecuencias son inciertas y/o no inmediatas. En realidad, la inversión insuficiente y la inversión con financiamiento a través de deuda son equivalentes en un aspecto crucial: ambas transfieren costos a un futuro grupo poblacional. Pero incluso la financiación a través de deuda es una mejor opción que ninguna inversión en lo absoluto, si se toman en cuenta las pérdidas irrecuperables.
Las ciudades y los países que aspiran a ser centros neurálgicos o componentes críticos en los sistemas financieros y económicos nacionales o mundiales tienen que ser predecibles, confiables y deben tener capacidad de resiliencia. Eso implica un estado de derecho transparente, y una gestión macroeconómica competente, conservadora y anti-cíclica. Pero también significa tener una capacidad de resiliencia física y una capacidad para resistir impactos.
Los centros comerciales-económicos a los que les hace falta capacidad de resiliencia crean cascadas de daños colaterales cuando dejan de operar. En el transcurso del tiempo, se los dejará de lado y se los sustituirá por alternativas que tengan mayor capacidad de resiliencia.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
NUEVA YORK – El huracán ocurrido la semana pasada en el litoral oriental de Estados Unidos (durante el cual yo me encontraba en el sur de Manhattan) se suma a una creciente serie de fenómenos meteorológicos extremos de los cuales se deben aprender lecciones (lessons should be drawn). Desde hace ya mucho tiempo atrás los expertos en clima han sostenido que tanto la frecuencia como la magnitud de tales eventos están en aumento, y los hechos que evidencian esta situación deberían, sin duda, influir en las medidas de precaución – y deberían conducirnos a revisar tales medidas con regularidad.
Hay dos componentes distintos y cruciales en el ámbito de la preparación para casos de desastre. De manera comprensible, el que recibe la mayor atención es la capacidad para montar una respuesta rápida y eficaz. Tal capacidad siempre será necesaria, y pocos dudan de su importancia. Cuando está ausente o es deficiente, la pérdida de vidas y de medios de subsistencia puede ser horrible – como ejemplo patente se tiene al Huracán Katrina que devastó a Nueva Orleans y Haití en el año 2005.
El segundo componente está formado por las inversiones que minimizan el daño a la economía que se espera sufrir. Este aspecto de la preparación general recibe mucha menos atención.
En efecto, en Estados Unidos, las lecciones de lo ocurrido a causa de Katrina parecen haber fortalecido la capacidad de respuesta, tal como lo demuestra la intervención rápida y eficaz tras el Huracán Sandy. Sin embargo, aparentemente las inversiones diseñadas para controlar el alcance del daño se descuidan de manera persistente.
Para corregir este desequilibrio es necesario enfocarse en la infraestructura clave. Por supuesto, uno no puede, a un costo razonable, evitar todo daño posible que causan las calamidades, las cuales golpean al azar y en lugares que no siempre se pueden predecir. No obstante, ciertos tipos de daño tienen grandes efectos multiplicadores.
Esto incluye el daño a sistemas de importancia crítica, como la red eléctrica y las redes de información, comunicaciones y de transporte que se constituyen en la plataforma sobre la que funcionan las economías modernas. Una inversión relativamente modesta en resiliencia, redundancia e integridad de estos sistemas genera altos dividendos, si bien es cierto que sólo a intervalos aleatorios. La redundancia es la clave.
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El caso de la ciudad de Nueva York es ilustrativo. La parte sur de Manhattan estuvo sin electricidad durante casi una semana de trabajo completa, al parecer debido a que una importante subestación de la red eléctrica, ubicada en la rivera del East River, explotó de forma feroz (a fiery display) cuando el Huracán Sandy y una marejada hicieron que se inundara. No había ninguna solución pre-integrada para suministrar energía a través de una ruta alternativa.
El costo de este apagón, a pesar de ser difícil de calcular, es sin ninguna duda enorme. A diferencia del impulso económico que puede ocurrir como resultado del gasto en recuperación para restaurar los activos fijos dañados, el costo del apagón es una pérdida irrecuperable. Los cortes de energía locales pueden ser inevitables, pero se pueden crear redes que sean menos vulnerables – y menos propensas a paralizar a gran parte de la economía – cuando se incluyen procedimientos integrados de redundancia.
Se aprendieron lecciones similares relacionadas a las cadenas de suministro mundiales tras el terremoto y tsunami que azotó al noreste de Japón en el año 2011. Las cadenas de suministro mundiales tienen cada vez mayor capacidad de resiliencia, debido a la duplicación de cuellos de botella únicos que pueden derribar sistemas mucho más grandes.
Los expertos en seguridad cibernética están en lo correcto cuando se preocupan por la posibilidad de que se paralice toda una economía a través de un ataque y de una desactivación de los sistemas de control de sus redes de electricidad, comunicaciones y transporte. Es cierto que el impacto de los desastres naturales es menos sistemático; sin embargo, si una calamidad saca de funcionamiento a componentes clave de las redes que carecen de procedimientos de redundancia y de respaldo, los efectos son similares. Inclusive la respuesta rápida es más efectiva si las redes y los sistemas clave – en especial la red de electricidad – tienen capacidad de resiliencia.
¿Por qué tendemos a no invertir lo suficiente en capacidad de resiliencia para los sistemas clave de nuestras economías?
Una explicación es que en tiempos normales se ve a la redundancia como una pérdida, con cálculos costo-beneficio que descartan una mayor inversión. Esta explicación parece ser claramente incorrecta: las estimaciones de numerosos expertos indican que la redundancia integrada es rentable a menos que se asignen probabilidades bajas no realistas a eventos perjudiciales.
Esto lleva a una segunda explicación que es más plausible, que es de carácter psicológico y conductual. Tenemos una tendencia a subestimar tanto las probabilidades como las consecuencias de lo que en el mundo de las inversiones se denominan como “eventos que producen altas pérdidas”.
Para agravar este patrón se tienen incentivos deficientes. Los denominados principales, ya sean estos inversores o votantes, determinan los incentivos de los agentes, ya sean ellos administradores de activos o funcionarios y formuladores de políticas elegidos mediante voto. Si los principales comprenden el riesgo sistémico de manera incorrecta, puede que sus agentes, incluso en caso de que ellos sí entiendan bien tal riesgo sistémico, no sean capaces de responder sin perder apoyo, ya sea en la forma de votos o de activos bajo su administración.
Otra línea de razonamiento indica que las empresas que dependen en gran medida de la continuidad – por ejemplo, los hospitales, las empresas de tercerización en la India y las bolsas de valores – invertirán en sus propios sistemas de respaldo. De hecho, lo hacen. Pero dicha acción ignora una serie de asuntos relativos a la movilidad, seguridad y vivienda de los trabajadores. Un patrón amplio de auto-seguro que se establece debido a que no se invierte lo suficiente en infraestructura con capacidad de resiliencia es una opción ineficiente y claramente inferior.
No invertir lo suficiente en infraestructura (incluyendo en mantenimiento diferido) se ha generalizado en casos en los que las consecuencias son inciertas y/o no inmediatas. En realidad, la inversión insuficiente y la inversión con financiamiento a través de deuda son equivalentes en un aspecto crucial: ambas transfieren costos a un futuro grupo poblacional. Pero incluso la financiación a través de deuda es una mejor opción que ninguna inversión en lo absoluto, si se toman en cuenta las pérdidas irrecuperables.
Las ciudades y los países que aspiran a ser centros neurálgicos o componentes críticos en los sistemas financieros y económicos nacionales o mundiales tienen que ser predecibles, confiables y deben tener capacidad de resiliencia. Eso implica un estado de derecho transparente, y una gestión macroeconómica competente, conservadora y anti-cíclica. Pero también significa tener una capacidad de resiliencia física y una capacidad para resistir impactos.
Los centros comerciales-económicos a los que les hace falta capacidad de resiliencia crean cascadas de daños colaterales cuando dejan de operar. En el transcurso del tiempo, se los dejará de lado y se los sustituirá por alternativas que tengan mayor capacidad de resiliencia.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.