La semana pasada, la Unión Europea declaró que prácticamente había salvado el planeta. Al tiempo que el Presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, afirmaba que Europa encabezaría la lucha contra el cambio climático, la UE ha prometido reducir en 2020 las emisiones de CO2 un 20 por ciento por debajo de los niveles de 1990. Naturalmente, como la UE ya ha prometido una reducción del 8 por ciento el año que viene conforme al Protocolo de Kyoto, esa nueva meta parece ligeramente menos ambiciosa. Además, como siguen existiendo los problemas fundamentales que afectan al paralizado Protocolo de Kyoto, lo que la UE ha hecho esencialmente ha sido un acuerdo peor.
El cambio climático provocado por el hombre es, desde luego, real y constituye un problema grave. Sin embargo, la postura actual de reducir las emisiones ahora antes de que sea demasiado tarde, no tiene en cuenta que el mundo carece de soluciones prácticas a corto plazo.
Ésa parece ser la razón por la que nos centramos en planteamientos que nos hacen sentirnos bien, como el Protocolo de Kyoto, cuyo problema fundamental ha sido siempre el de que es a un tiempo desmesuradamente ambicioso, medioambientalmente insignificante y excesivamente caro. Exigía reducciones tan importantes, que sólo unos pocos países podían cumplirlo.
Algunos países, como los Estados Unidos y Australia, decidieron excluirse de sus rigurosos requisitos: otros, como el Canadá, el Japón y muchos Estados europeos, aceptan de boquilla sus requisitos, pero, esencialmente, no alcanzarán sus objetivos. Sin embargo, aun cuando todos hubieran participado y siguiesen ateniéndose a los compromisos cada vez más estrictos de Kyoto, los efectos medioambientales habrían sido prácticamente nulos. Los efectos del tratado en la temperatura serían inapreciables a mediados de este siglo y sólo aplazarían el calentamiento cinco años en 2100. Aun así, el costo habría sido cualquier cosa menos trivial: unos 180.000 millones de dólares al año, aproximadamente.
Dada su pomposa retórica, sería comprensible creer que la UE ha dado ahora por su cuenta el mayor paso con vistas a la resolución del problema. Barroso llama "histórico" el acuerdo, Tony Blair alaba sus "innovadoras, audaces y ambiciosas metas" y la Canciller alemana Angela Merkel se atrevió incluso a decir que esas promesas "pueden evitar lo que muy bien podría ser una calamidad para la Humanidad".
Pero nadie considera oportuno revelar el inconfesable secretito del acuerdo: que no servirá prácticamente de nada y una vez más con un elevado costo. Según un modelo prestigioso y revisado y aprobado por expertos en la materia, el efecto de la reducción en un 20 por ciento de las emisiones por parte de la UE aplazará el calentamiento sólo dos años en 2100, pese a lo cual el costo ascenderá a 90.000 millones de dólares, aproximadamente, al año. Será costoso, porque Europa es una zona en la que resulta costoso reducir el CO2, y también insignificante, porque en el siglo XXI corresponderán a la UE sólo el 6 por ciento de todas las emisiones. Así, pues, el nuevo tratado propiciará un uso aún menos eficiente de nuestros recursos que el antiguo Protocolo de Kyoto.
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Es importante aprender del pasado. Con frecuencia se nos han prometido reducciones espectaculares de las emisiones de CO2 en fechas muy avanzadas del futuro, pero sólo para que viéramos esfumarse las promesas cuando llegábamos a ellas. En 1992, Occidente prometió en Río de Janeiro estabilizar las emisiones, pero las superó en un 12 por ciento. En Kyoto se nos prometió una reducción del 7 por ciento de las emisiones mundiales, pero probablemente sólo lograremos el 0,4 por ciento. Naturalmente, quienes hicieron esas promesas fueron políticos que con toda probabilidad no seguirán en su cargo cuando llegue el momento de cumplirlas.
No vamos a poder resolver el calentamiento del planeta a lo largo de los próximos decenios, sino sólo a mediados o al final del siglo próximo. Tenemos que encontrar una estrategia viable a largo plazo que sea sagaz y equitativa y no exija un desmesurado sacrificio para la obtención de beneficios triviales. Por fortuna, dicha estrategia existe: la de la investigación y la innovación. La inversión en la investigación y la innovación en materia de tecnonologías energéticas que no produzcan emisiones de carbono posibilitaría a las futuras generaciones hacer reducciones importantes y, sin embargo, económicamente viables y ventajosas. Un nuevo tratado sobre el calentamiento del planeta debería obligar a gastar el 0,05 por ciento del PIB en investigación e innovación en el futuro. Sería mucho más barato y, sin embargo, mucho más beneficioso a largo plaza.
El nuevo acuerdo de la UE sobre el calentamiento del planeta puede ayudar a ganar elecciones a unos dirigentes que afrontan a votantes aterrados ante la perspectiva del cambio climático, pero no servirá prácticamente de nada, pese a su enorme costo, y –como en el caso de otras promesas pomposas de la UE- contará con una gran probabilidad de fracaso. Esperemos que el resto del mundo se mantenga sereno y proponga una solución mejor, más barata y más eficaz para el futuro.
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While the Democrats have won some recent elections with support from Silicon Valley, minorities, trade unions, and professionals in large cities, this coalition was never sustainable. The party has become culturally disconnected from, and disdainful of, precisely the voters it needs to win.
thinks Kamala Harris lost because her party has ceased to be the political home of American workers.
La semana pasada, la Unión Europea declaró que prácticamente había salvado el planeta. Al tiempo que el Presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, afirmaba que Europa encabezaría la lucha contra el cambio climático, la UE ha prometido reducir en 2020 las emisiones de CO2 un 20 por ciento por debajo de los niveles de 1990. Naturalmente, como la UE ya ha prometido una reducción del 8 por ciento el año que viene conforme al Protocolo de Kyoto, esa nueva meta parece ligeramente menos ambiciosa. Además, como siguen existiendo los problemas fundamentales que afectan al paralizado Protocolo de Kyoto, lo que la UE ha hecho esencialmente ha sido un acuerdo peor.
El cambio climático provocado por el hombre es, desde luego, real y constituye un problema grave. Sin embargo, la postura actual de reducir las emisiones ahora antes de que sea demasiado tarde, no tiene en cuenta que el mundo carece de soluciones prácticas a corto plazo.
Ésa parece ser la razón por la que nos centramos en planteamientos que nos hacen sentirnos bien, como el Protocolo de Kyoto, cuyo problema fundamental ha sido siempre el de que es a un tiempo desmesuradamente ambicioso, medioambientalmente insignificante y excesivamente caro. Exigía reducciones tan importantes, que sólo unos pocos países podían cumplirlo.
Algunos países, como los Estados Unidos y Australia, decidieron excluirse de sus rigurosos requisitos: otros, como el Canadá, el Japón y muchos Estados europeos, aceptan de boquilla sus requisitos, pero, esencialmente, no alcanzarán sus objetivos. Sin embargo, aun cuando todos hubieran participado y siguiesen ateniéndose a los compromisos cada vez más estrictos de Kyoto, los efectos medioambientales habrían sido prácticamente nulos. Los efectos del tratado en la temperatura serían inapreciables a mediados de este siglo y sólo aplazarían el calentamiento cinco años en 2100. Aun así, el costo habría sido cualquier cosa menos trivial: unos 180.000 millones de dólares al año, aproximadamente.
Dada su pomposa retórica, sería comprensible creer que la UE ha dado ahora por su cuenta el mayor paso con vistas a la resolución del problema. Barroso llama "histórico" el acuerdo, Tony Blair alaba sus "innovadoras, audaces y ambiciosas metas" y la Canciller alemana Angela Merkel se atrevió incluso a decir que esas promesas "pueden evitar lo que muy bien podría ser una calamidad para la Humanidad".
Pero nadie considera oportuno revelar el inconfesable secretito del acuerdo: que no servirá prácticamente de nada y una vez más con un elevado costo. Según un modelo prestigioso y revisado y aprobado por expertos en la materia, el efecto de la reducción en un 20 por ciento de las emisiones por parte de la UE aplazará el calentamiento sólo dos años en 2100, pese a lo cual el costo ascenderá a 90.000 millones de dólares, aproximadamente, al año. Será costoso, porque Europa es una zona en la que resulta costoso reducir el CO2, y también insignificante, porque en el siglo XXI corresponderán a la UE sólo el 6 por ciento de todas las emisiones. Así, pues, el nuevo tratado propiciará un uso aún menos eficiente de nuestros recursos que el antiguo Protocolo de Kyoto.
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No vamos a poder resolver el calentamiento del planeta a lo largo de los próximos decenios, sino sólo a mediados o al final del siglo próximo. Tenemos que encontrar una estrategia viable a largo plazo que sea sagaz y equitativa y no exija un desmesurado sacrificio para la obtención de beneficios triviales. Por fortuna, dicha estrategia existe: la de la investigación y la innovación. La inversión en la investigación y la innovación en materia de tecnonologías energéticas que no produzcan emisiones de carbono posibilitaría a las futuras generaciones hacer reducciones importantes y, sin embargo, económicamente viables y ventajosas. Un nuevo tratado sobre el calentamiento del planeta debería obligar a gastar el 0,05 por ciento del PIB en investigación e innovación en el futuro. Sería mucho más barato y, sin embargo, mucho más beneficioso a largo plaza.
El nuevo acuerdo de la UE sobre el calentamiento del planeta puede ayudar a ganar elecciones a unos dirigentes que afrontan a votantes aterrados ante la perspectiva del cambio climático, pero no servirá prácticamente de nada, pese a su enorme costo, y –como en el caso de otras promesas pomposas de la UE- contará con una gran probabilidad de fracaso. Esperemos que el resto del mundo se mantenga sereno y proponga una solución mejor, más barata y más eficaz para el futuro.