LONDRES – En febrero, catorce destacados científicos, economistas y expertos en políticas del clima se reunieron para hablar sobre cómo abordar el calentamiento planetario. Esta semana, la London School of Economics y la Universidad de Oxford van a publicar sus conclusiones. Vale la pena examinarlas.
Reunió al grupo Gwyn Prins, reputado experto en política de seguridad y relaciones internacionales que dirige el Programa Mackinder de la LSE para el estudio de las tendencias a lo largo de períodos muy largos. Entre los participantes, figuraron el científico del clima Mike Hulme, de la Universidad de East Anglia, el experto en política climática Roger Pielke Jr., de la Universidad de Colorado, y el economista del clima Christopher Green, de la Universidad McGill.
El informe del grupo, “el documento Hartwell”, expone a grandes rasgos una nueva orientación para la política del clima después del rotundo fracaso de los intentos de negociar un acuerdo mundial sobre el clima el año pasado. Los autores observan que, después de dieciocho años de formularse el “planteamiento del protocolo de Kyoto” de la política internacional sobre el clima, no se ha logrado en el mundo real reducción discernible alguna de las emisiones de los gases que provocan el efecto de invernadero.
Naturalmente, lo que caracteriza el planteamiento del Protocolo de Kyoto es que se centra exclusivamente en la reducción de las emisiones de carbono. En el “documento Hartwell” se sostiene que el planteamiento de Kyoto, por estar basado en la experiencia pasada con problemas medioambientales relativamente sencillos como la lluvia ácida, siempre estuvo condenado al fracaso.
El grupo señala que carece de sentido comparar el cambio climático con otras amenazas medioambientales que hemos afrontado y resuelto. El cambio climático es mucho más complicado, pues entraña sistemas abiertos, complejos y que no se entienden perfectamente. A diferencia, pongamos por caso, de la lluvia ácida o la contaminación atmosférica, no es un “ ‘problema’ medioambiental tradicional”. Es en la misma medida “un problema energético, un problema de desarrollo económico o un problema de utilización de la tierra”.
Los economistas del clima reconocen ampliamente que sólo hay cuatro instrumentos de política que se pueden utilizar para intentar reducir las emisiones de carbono y frenar el cambio climático: reducir la población mundial, reducir la economía mundial, aumentar la eficiencia del consumo energético y reducir la intensidad energética (lo que quiere decir crear menos emisiones de carbono por cada unidad energética que producimos).
Reducir la población mundial no resulta verosímil y reducir deliberadamente el tamaño de la economía mundial tendría como consecuencia un aumento de las penalidades para miles de millones de personas. Así, pues, el “documento Hartwell” se propone formular una estrategia que determine formas de utilizar los instrumentos de la eficiencia energética y la intensidad del carbono.
El grupo Hartwell propone que adoptemos tres metas básicas relativas al clima: lograr suministros energéticos seguros y asequibles para todos (lo que significa desarrollar opciones substitutivas de los combustibles fósiles), velar por que el desarrollo económico no cause estragos medioambientales (lo que significa reducir no sólo las emisiones de CO2, sino también la contaminación de los locales interiores resultante de la quema de biomasa. y el ozono y proteger los bosques tropicales) y velar por que estemos preparados para afrontar los cambios climáticos que puedan ocurrir, ya sean naturales o debidos al hombre (lo que significa reconocer por fin la importancia de la adaptación al cambio climático).
Para alcanzar dichas metas, hará falta, evidentemente, un trabajo duro. El grupo Hartwell observa correctamente que, para lograrlo, nuestro planteamiento de la política del clima debe ofrecer ventajas evidentes (“beneficios rápidos y demostrables”), recurrir a una gran diversidad de personas y producir resultados apreciables. Desde luego, el planteamiento de Kyoto no logra nada de eso.
En lugar de intentar exclusivamente obligar a la población a prescindir de los combustibles que emiten carbono, el grupo Hartwell propone que persigamos otras varias metas válidas –por ejemplo, la adaptación, la reforestación, el fomento de la diversidad biológica y la mejora de la calidad del aire–, cada una de las cuales es importante y todas las cuales pueden reducir también las emisiones de carbono. Como se observa en el informe, “hay que dividir de nuevo en cuestiones separadas el tipo omnicomprensivo de política del clima de Kyoto... y abordar cada una de ella como le corresponde”.
Al mismo tiempo, debemos reconocer –añade el grupo– que no lograremos avance real alguno en la reducción de las emisiones de CO2 hasta que brindemos a las economías en desarrollo opciones substitutivas asequibles de los combustibles fósiles, de los que dependen actualmente. “En una palabra”, se observa en el informe, “debemos desencadenar... una revolución de la tecnología energética”.
El grupo Hartwell sostiene que son necesarias mejoras en gran escala de muchas tecnologías, que requieren la participación decidida de los gobiernos. Proponen financiar en parte la investigación y la innovación con un “impuesto inicialmente bajo, pero que vaya aumentando lentamente” para que no socave el crecimiento económico.
Si algo de esto –o todo– parece conocido al lector, puede ser porque yo llevo tiempo sosteniendo las mismas tesis en gran medida. Si mi experiencia sirve de guía en grado alguno, los miembros del grupo Hartwell deben esperar verse atacados como herejes por poner en entredicho la ortodoxia de Kyoto, pero se trata de un precio pequeño que pagar. Como se suele decir, “la locura consiste en hacer una y otra vez lo mismo y esperar un resultado diferente”. Ya es hora de que recuperemos la cordura en materia de calentamiento planetario.
LONDRES – En febrero, catorce destacados científicos, economistas y expertos en políticas del clima se reunieron para hablar sobre cómo abordar el calentamiento planetario. Esta semana, la London School of Economics y la Universidad de Oxford van a publicar sus conclusiones. Vale la pena examinarlas.
Reunió al grupo Gwyn Prins, reputado experto en política de seguridad y relaciones internacionales que dirige el Programa Mackinder de la LSE para el estudio de las tendencias a lo largo de períodos muy largos. Entre los participantes, figuraron el científico del clima Mike Hulme, de la Universidad de East Anglia, el experto en política climática Roger Pielke Jr., de la Universidad de Colorado, y el economista del clima Christopher Green, de la Universidad McGill.
El informe del grupo, “el documento Hartwell”, expone a grandes rasgos una nueva orientación para la política del clima después del rotundo fracaso de los intentos de negociar un acuerdo mundial sobre el clima el año pasado. Los autores observan que, después de dieciocho años de formularse el “planteamiento del protocolo de Kyoto” de la política internacional sobre el clima, no se ha logrado en el mundo real reducción discernible alguna de las emisiones de los gases que provocan el efecto de invernadero.
Naturalmente, lo que caracteriza el planteamiento del Protocolo de Kyoto es que se centra exclusivamente en la reducción de las emisiones de carbono. En el “documento Hartwell” se sostiene que el planteamiento de Kyoto, por estar basado en la experiencia pasada con problemas medioambientales relativamente sencillos como la lluvia ácida, siempre estuvo condenado al fracaso.
El grupo señala que carece de sentido comparar el cambio climático con otras amenazas medioambientales que hemos afrontado y resuelto. El cambio climático es mucho más complicado, pues entraña sistemas abiertos, complejos y que no se entienden perfectamente. A diferencia, pongamos por caso, de la lluvia ácida o la contaminación atmosférica, no es un “ ‘problema’ medioambiental tradicional”. Es en la misma medida “un problema energético, un problema de desarrollo económico o un problema de utilización de la tierra”.
Los economistas del clima reconocen ampliamente que sólo hay cuatro instrumentos de política que se pueden utilizar para intentar reducir las emisiones de carbono y frenar el cambio climático: reducir la población mundial, reducir la economía mundial, aumentar la eficiencia del consumo energético y reducir la intensidad energética (lo que quiere decir crear menos emisiones de carbono por cada unidad energética que producimos).
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Reducir la población mundial no resulta verosímil y reducir deliberadamente el tamaño de la economía mundial tendría como consecuencia un aumento de las penalidades para miles de millones de personas. Así, pues, el “documento Hartwell” se propone formular una estrategia que determine formas de utilizar los instrumentos de la eficiencia energética y la intensidad del carbono.
El grupo Hartwell propone que adoptemos tres metas básicas relativas al clima: lograr suministros energéticos seguros y asequibles para todos (lo que significa desarrollar opciones substitutivas de los combustibles fósiles), velar por que el desarrollo económico no cause estragos medioambientales (lo que significa reducir no sólo las emisiones de CO2, sino también la contaminación de los locales interiores resultante de la quema de biomasa. y el ozono y proteger los bosques tropicales) y velar por que estemos preparados para afrontar los cambios climáticos que puedan ocurrir, ya sean naturales o debidos al hombre (lo que significa reconocer por fin la importancia de la adaptación al cambio climático).
Para alcanzar dichas metas, hará falta, evidentemente, un trabajo duro. El grupo Hartwell observa correctamente que, para lograrlo, nuestro planteamiento de la política del clima debe ofrecer ventajas evidentes (“beneficios rápidos y demostrables”), recurrir a una gran diversidad de personas y producir resultados apreciables. Desde luego, el planteamiento de Kyoto no logra nada de eso.
En lugar de intentar exclusivamente obligar a la población a prescindir de los combustibles que emiten carbono, el grupo Hartwell propone que persigamos otras varias metas válidas –por ejemplo, la adaptación, la reforestación, el fomento de la diversidad biológica y la mejora de la calidad del aire–, cada una de las cuales es importante y todas las cuales pueden reducir también las emisiones de carbono. Como se observa en el informe, “hay que dividir de nuevo en cuestiones separadas el tipo omnicomprensivo de política del clima de Kyoto... y abordar cada una de ella como le corresponde”.
Al mismo tiempo, debemos reconocer –añade el grupo– que no lograremos avance real alguno en la reducción de las emisiones de CO2 hasta que brindemos a las economías en desarrollo opciones substitutivas asequibles de los combustibles fósiles, de los que dependen actualmente. “En una palabra”, se observa en el informe, “debemos desencadenar... una revolución de la tecnología energética”.
El grupo Hartwell sostiene que son necesarias mejoras en gran escala de muchas tecnologías, que requieren la participación decidida de los gobiernos. Proponen financiar en parte la investigación y la innovación con un “impuesto inicialmente bajo, pero que vaya aumentando lentamente” para que no socave el crecimiento económico.
Si algo de esto –o todo– parece conocido al lector, puede ser porque yo llevo tiempo sosteniendo las mismas tesis en gran medida. Si mi experiencia sirve de guía en grado alguno, los miembros del grupo Hartwell deben esperar verse atacados como herejes por poner en entredicho la ortodoxia de Kyoto, pero se trata de un precio pequeño que pagar. Como se suele decir, “la locura consiste en hacer una y otra vez lo mismo y esperar un resultado diferente”. Ya es hora de que recuperemos la cordura en materia de calentamiento planetario.