COPENHAGUE – Desde tiempos inmemoriales, a la gente le ha preocupado el futuro de la Tierra. En épocas recientes nos ha preocupado el que el planeta se pueda llegar a congelar y también que la tecnología quedase paralizada debido a un error informático que, se suponía, iba a quedar en evidencia en el cambio de milenio.
Esos temores quedaron en nada, pero hoy el mundo tiene muchos problemas apremiantes. Piense en el medio ambiente, la capacidad de gobierno, la economía, la salud o la población, y encontrará multitud de razones de las que preocuparse.
Sin embargo, lamentablemente tendemos a centrarnos apenas en algunos de los problemas más importantes del planeta, y como resultado nos formamos una visión distorsionada del mundo. La deforestación es un desafío que ha generado muchos titulares alarmantes, declaraciones de famosos y una ansiedad generalizada. Para decirlo directamente, es una causa popular.
Por eso parece sorprendente leer que la deforestación es un problema que ha ido mejorando. La solución no se encontró en la condena de Occidente a las prácticas de los países en desarrollo ni en protestas de ambientalistas bienintencionados, sino en el crecimiento económico. En general, los países desarrollados aumentaron sus áreas boscosas, porque se lo pueden permitir en términos de dinero; los países en desarrollo, no. Para estimular un descenso de la deforestación -y una mayor reforestación- lo mejor que podemos hacer es ayudar a que las naciones no desarrolladas se hagan más ricas a una mayor velocidad.
Algunos retos no generan una preocupación generalizada. Probablemente deberíamos preocuparnos mucho más de los cambios demográficos que causarán una radical baja en la fuerza laboral en los países ricos, y un aumento de quienes dependen de las pensiones y el sistema de salud. En la mayor parte de los países industrializados, el empleo se concentra en una estrecha franja etárea, por lo que un descenso de la fuerza de trabajo causará una baja de la producción, haciéndonos menos ricos.
Este problema afectará incluso a China, de modo que tenemos que comenzar a hablar de las opciones: elevar la edad de jubilación, aumentar la inmigración desde los países en desarrollo y reformar los mercados laborales.
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Cuando nos preocupamos en exceso acerca de algunas cosas, olvidamos otras que posiblemente sean mucho más importantes. En Occidente, nos preocupa el uso de pesticidas en los cultivos, lo que se está convirtiendo en una importante bandera de lucha de los ambientalistas.
Sin embargo, la contaminación del aire dentro de recintos cerrados es un problema ambiental mucho mayor. El humo producido por cocinar en lugares cerrados quemando leña y estiércol matará más de 1,5 millones de personas este año, muchas de ellas niños. Podríamos combatir este problema de manera eficaz y relativamente poco costosa, proporcionando mejores aparatos de cocina (como hornillos con tubos de salida de gases) y combustibles limpios a quienes los necesiten, y promoviendo el secado del material combustible, el mantenimiento de las estufas y chimeneas, y el uso de tapas en las ollas para conservar el calor. Podríamos hacer campañas para que los niños vulnerables se mantengan alejados del humo.
Por supuesto, en la actualidad la mayor inquietud sobre el planeta es el cambio climático. Se trata de un problema serio que exige una respuesta seria. Sin embargo, las anteojeras que nos hemos puesto al centrarnos en la reducción de las emisiones de gases de carbono nos han hecho buscar en el lugar equivocado las respuestas a otros retos. Están aumentando las pérdidas por desastres climáticos, pero la razón no es el cambio climático -como muchos de nosotros suponemos- sino los cambios demográficos.
Más personas, con sus pertenencias, habitan más cerca de lugares en donde pueden sufrir daños. Lo que es peor, son pocos los gobiernos que toman medidas para prepararse ante huracanes, terremotos o inundaciones. No hacen lo suficiente para disuadir a las personas de vivir en áreas peligrosas, y a menudo los planes de respuesta dejan mucho que desear.
El estrecho énfasis del debate climático en las reducciones de las emisiones ha jugado en contra de un énfasis más claro sobre la reducción de la vulnerabilidad. La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se ha negado a financiar iniciativas de preparación para desastres, a menos que los estados demuestren exactamente cómo los desastres que temen están vinculados al cambio climático. Según un reciente estudio de RAND, el financiamiento de Estados Unidos destinado a investigación para la reducción de pérdidas en caso de desastres llegó en 2003 a cerca de US$ 127 millones, apenas el 7% de la cantidad invertida en investigación para el cambio climático ese año.
Las políticas contra el cambio climático no son la mejor manera de reducir los efectos de los desastres del clima. Durante la estación de huracanes, la República Dominicana, que ha invertido en refugios y redes de evacuación de emergencia, sufrió menos de diez muertes. En la vecina Haití, que no se había preparado, se perdieron 2000 vidas.
¿Por qué la vulnerabilidad ante desastres se encuentra tan baja en la lista de las prioridades globales de desarrollo? Como el resto de nosotros, los gobiernos tienden a centrar su atención en una pequeña cantidad de problemas planetarios. Por ejemplo, cada dólar que dedican a investigar el cambio climático es dinero que no se destina a la investigación sobre reducción de pérdidas.
Ese es el tema central de mi nuevo libro Solutions for the World’s Problems (Soluciones para los problemas del mundo), en el que 23 eminentes investigadores abordan 23 desafíos globales. El libro también permite que los lectores definan sus propias prioridades: destacados economistas esbozan soluciones y ofrecen relaciones de costo-beneficio, de modo que las diferentes opciones de políticas se puedan comparar en iguales condiciones para identificar y priorizar las mejores.
Después de todo, no es que falten ideas para solucionar los grandes problemas; lo que sucede es que los gobiernos y las organizaciones internacionales disponen de una cantidad de dinero limitada. Sería erróneo dar la impresión de que podemos hacerlo todo de una sola vez.
No hay nada de malo en preocuparse por el planeta, pero debemos asegurarnos de ver el panorama completo para así saber de qué tenemos que preocuparnos primero.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
COPENHAGUE – Desde tiempos inmemoriales, a la gente le ha preocupado el futuro de la Tierra. En épocas recientes nos ha preocupado el que el planeta se pueda llegar a congelar y también que la tecnología quedase paralizada debido a un error informático que, se suponía, iba a quedar en evidencia en el cambio de milenio.
Esos temores quedaron en nada, pero hoy el mundo tiene muchos problemas apremiantes. Piense en el medio ambiente, la capacidad de gobierno, la economía, la salud o la población, y encontrará multitud de razones de las que preocuparse.
Sin embargo, lamentablemente tendemos a centrarnos apenas en algunos de los problemas más importantes del planeta, y como resultado nos formamos una visión distorsionada del mundo. La deforestación es un desafío que ha generado muchos titulares alarmantes, declaraciones de famosos y una ansiedad generalizada. Para decirlo directamente, es una causa popular.
Por eso parece sorprendente leer que la deforestación es un problema que ha ido mejorando. La solución no se encontró en la condena de Occidente a las prácticas de los países en desarrollo ni en protestas de ambientalistas bienintencionados, sino en el crecimiento económico. En general, los países desarrollados aumentaron sus áreas boscosas, porque se lo pueden permitir en términos de dinero; los países en desarrollo, no. Para estimular un descenso de la deforestación -y una mayor reforestación- lo mejor que podemos hacer es ayudar a que las naciones no desarrolladas se hagan más ricas a una mayor velocidad.
Algunos retos no generan una preocupación generalizada. Probablemente deberíamos preocuparnos mucho más de los cambios demográficos que causarán una radical baja en la fuerza laboral en los países ricos, y un aumento de quienes dependen de las pensiones y el sistema de salud. En la mayor parte de los países industrializados, el empleo se concentra en una estrecha franja etárea, por lo que un descenso de la fuerza de trabajo causará una baja de la producción, haciéndonos menos ricos.
Este problema afectará incluso a China, de modo que tenemos que comenzar a hablar de las opciones: elevar la edad de jubilación, aumentar la inmigración desde los países en desarrollo y reformar los mercados laborales.
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Cuando nos preocupamos en exceso acerca de algunas cosas, olvidamos otras que posiblemente sean mucho más importantes. En Occidente, nos preocupa el uso de pesticidas en los cultivos, lo que se está convirtiendo en una importante bandera de lucha de los ambientalistas.
Sin embargo, la contaminación del aire dentro de recintos cerrados es un problema ambiental mucho mayor. El humo producido por cocinar en lugares cerrados quemando leña y estiércol matará más de 1,5 millones de personas este año, muchas de ellas niños. Podríamos combatir este problema de manera eficaz y relativamente poco costosa, proporcionando mejores aparatos de cocina (como hornillos con tubos de salida de gases) y combustibles limpios a quienes los necesiten, y promoviendo el secado del material combustible, el mantenimiento de las estufas y chimeneas, y el uso de tapas en las ollas para conservar el calor. Podríamos hacer campañas para que los niños vulnerables se mantengan alejados del humo.
Por supuesto, en la actualidad la mayor inquietud sobre el planeta es el cambio climático. Se trata de un problema serio que exige una respuesta seria. Sin embargo, las anteojeras que nos hemos puesto al centrarnos en la reducción de las emisiones de gases de carbono nos han hecho buscar en el lugar equivocado las respuestas a otros retos. Están aumentando las pérdidas por desastres climáticos, pero la razón no es el cambio climático -como muchos de nosotros suponemos- sino los cambios demográficos.
Más personas, con sus pertenencias, habitan más cerca de lugares en donde pueden sufrir daños. Lo que es peor, son pocos los gobiernos que toman medidas para prepararse ante huracanes, terremotos o inundaciones. No hacen lo suficiente para disuadir a las personas de vivir en áreas peligrosas, y a menudo los planes de respuesta dejan mucho que desear.
El estrecho énfasis del debate climático en las reducciones de las emisiones ha jugado en contra de un énfasis más claro sobre la reducción de la vulnerabilidad. La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se ha negado a financiar iniciativas de preparación para desastres, a menos que los estados demuestren exactamente cómo los desastres que temen están vinculados al cambio climático. Según un reciente estudio de RAND, el financiamiento de Estados Unidos destinado a investigación para la reducción de pérdidas en caso de desastres llegó en 2003 a cerca de US$ 127 millones, apenas el 7% de la cantidad invertida en investigación para el cambio climático ese año.
Las políticas contra el cambio climático no son la mejor manera de reducir los efectos de los desastres del clima. Durante la estación de huracanes, la República Dominicana, que ha invertido en refugios y redes de evacuación de emergencia, sufrió menos de diez muertes. En la vecina Haití, que no se había preparado, se perdieron 2000 vidas.
¿Por qué la vulnerabilidad ante desastres se encuentra tan baja en la lista de las prioridades globales de desarrollo? Como el resto de nosotros, los gobiernos tienden a centrar su atención en una pequeña cantidad de problemas planetarios. Por ejemplo, cada dólar que dedican a investigar el cambio climático es dinero que no se destina a la investigación sobre reducción de pérdidas.
Ese es el tema central de mi nuevo libro Solutions for the World’s Problems (Soluciones para los problemas del mundo), en el que 23 eminentes investigadores abordan 23 desafíos globales. El libro también permite que los lectores definan sus propias prioridades: destacados economistas esbozan soluciones y ofrecen relaciones de costo-beneficio, de modo que las diferentes opciones de políticas se puedan comparar en iguales condiciones para identificar y priorizar las mejores.
Después de todo, no es que falten ideas para solucionar los grandes problemas; lo que sucede es que los gobiernos y las organizaciones internacionales disponen de una cantidad de dinero limitada. Sería erróneo dar la impresión de que podemos hacerlo todo de una sola vez.
No hay nada de malo en preocuparse por el planeta, pero debemos asegurarnos de ver el panorama completo para así saber de qué tenemos que preocuparnos primero.