COPENHAGUE – Actualmente se puede ver lo que el calentamiento global le hará a la larga al planeta. Para asomarnos al futuro, basta ir a Beijing, Atenas, Tokio, o, de hecho, a casi cualquier ciudad de la Tierra.
La mayor parte de las zonas urbanas del mundo ya han experimentado aumentos de la temperatura mucho más drásticos que los 2.6°C previstos para los próximos cien años a causa del calentamiento global.
Es muy fácil de comprender. En un día cálido en Nueva York, los habitantes se tienden en el pasto de Central Park, no en los estacionamientos de asfalto ni en las banquetas de concreto. El tabique, el concreto y el asfalto –los elementos básicos de los que están construidas las ciudades—absorben mucho más calor del sol que la vegetación en el campo. En una ciudad hay mucho más asfalto que pasto, por lo que el aire que está encima de la ciudad se calienta. Este efecto, llamado “isla de calor urbano”, se descubrió en Londres a principios del siglo XIX.
Actualmente, las ciudades con crecimiento más acelerado están en Asia. Beijing tiene una temperatura de aproximadamente 10°C más en el día que la zona rural que la rodea y de 5.5°C en la noche. Hay aumentos incluso más dramáticos en Tokio. En agosto, las temperaturas se elevaron 12.5°C más que en las zonas rurales vecinas y llegaron a 40°C –un calor abrasador que afectó no sólo al centro de la ciudad sino que abarcó unos 8,000 kilómetros cuadrados.
Al examinar una ciudad con rápido crecimiento como Houston, Texas, podemos ver el efecto real de la isla de calor urbano. En los últimos doce años, Houston creció en un 20%, es decir, 300,000 habitantes. Durante ese tiempo, la temperatura nocturna aumentó alrededor de 0.8°C. En un período de cien años, eso significaría un enorme aumento de 7°C.
Pero mientras que los activistas célebres advierten sobre el desastre inminente que significa el calentamiento global, la capacidad de estas ciudades para hacerle frente ofrece una visión más realista. A pesar de los drásticos cambios de los últimos 50 o 100 años, estas ciudades no se han derrumbado.
Aun cuando las temperaturas han aumentado, las muertes relacionadas con el calor han disminuido, debido a las mejoras en la atención a la salud, el acceso a instalaciones médicas y el aire acondicionado. Tenemos mucho más dinero y una capacidad tecnológica mucho mayor para adaptarnos que nuestros antepasados.
Por supuesto, las ciudades también se verán afectadas por el aumento de la temperatura a causa del CO2, además del calentamiento adicional provocado por las islas de calor urbano. Pero tenemos la oportunidad de actuar. A diferencia de nuestros antepasados, que hicieron poco o nada con respecto a las islas de calor urbano, nosotros estamos en buenas condiciones de abordar muchos de sus efectos.
Mientras que los activistas célebres se concentran exclusivamente en reducir el CO2, podríamos hacer mucho más –y a un costo mucho menor— si nos ocupáramos de las islas de calor urbano. Las soluciones simples pueden tener grandes efectos en las temperaturas.
Las ciudades son más calientes que las tierras que las rodean porque son más secas. Carecen de espacios verdes húmedos y tienen sistemas de drenaje que eliminan el agua eficientemente. En Londres, el aire que está encima del Río Támesis es más fresco que el que se encuentra a unas cuantas cuadras en las zonas construidas. Si plantamos árboles y construimos espacios acuáticos, no sólo embelleceremos nuestro entorno, sino que lo refrescaremos –por más de 8°C, según los modelos climáticos.
Además, aunque parezca casi cómicamente simple, uno de los mejores enfoques para reducir la temperatura es muy sencillo: pintar las cosas de blanco. Las ciudades tienen mucho asfalto negro y estructuras oscuras que absorben calor. Al aumentar la reflexión y la sombra se puede evitar mucha de la acumulación de calor. Si se pinta gran parte de una ciudad se podría reducir la temperatura en 10°C.
Estas opciones son simples, obvias y eficientes en función del costo. Consideremos la ciudad de Los Angeles. Instalar techos nuevos de colores más claros en los cinco millones de hogares de la ciudad, pintar la cuarta parte de las calles y plantar un millón de árboles, tendría un costo de aproximadamente mil millones de dólares que se pagaría una única vez. Cada año después de eso, los costos del aire acondicionado disminuirían aproximadamente 170 millones de dólares y se obtendrían beneficios relacionados con la reducción del smog de 360 millones. Además, las temperaturas de Los Angeles disminuirían alrededor de 3°C –es decir, el aumento previsto para el resto del siglo. Comparemos eso con los 180 mil millones de dólares necesarios para aplicar el Protocolo de Kyoto, que prácticamente no tendrá ningún efecto.
Actualmente no se oye mucho sobre las opciones más inteligentes en lo que se refiere a afrontar el calentamiento global. Eso debe cambiar. Podemos elegir qué futuro queremos.
COPENHAGUE – Actualmente se puede ver lo que el calentamiento global le hará a la larga al planeta. Para asomarnos al futuro, basta ir a Beijing, Atenas, Tokio, o, de hecho, a casi cualquier ciudad de la Tierra.
La mayor parte de las zonas urbanas del mundo ya han experimentado aumentos de la temperatura mucho más drásticos que los 2.6°C previstos para los próximos cien años a causa del calentamiento global.
Es muy fácil de comprender. En un día cálido en Nueva York, los habitantes se tienden en el pasto de Central Park, no en los estacionamientos de asfalto ni en las banquetas de concreto. El tabique, el concreto y el asfalto –los elementos básicos de los que están construidas las ciudades—absorben mucho más calor del sol que la vegetación en el campo. En una ciudad hay mucho más asfalto que pasto, por lo que el aire que está encima de la ciudad se calienta. Este efecto, llamado “isla de calor urbano”, se descubrió en Londres a principios del siglo XIX.
Actualmente, las ciudades con crecimiento más acelerado están en Asia. Beijing tiene una temperatura de aproximadamente 10°C más en el día que la zona rural que la rodea y de 5.5°C en la noche. Hay aumentos incluso más dramáticos en Tokio. En agosto, las temperaturas se elevaron 12.5°C más que en las zonas rurales vecinas y llegaron a 40°C –un calor abrasador que afectó no sólo al centro de la ciudad sino que abarcó unos 8,000 kilómetros cuadrados.
Al examinar una ciudad con rápido crecimiento como Houston, Texas, podemos ver el efecto real de la isla de calor urbano. En los últimos doce años, Houston creció en un 20%, es decir, 300,000 habitantes. Durante ese tiempo, la temperatura nocturna aumentó alrededor de 0.8°C. En un período de cien años, eso significaría un enorme aumento de 7°C.
Pero mientras que los activistas célebres advierten sobre el desastre inminente que significa el calentamiento global, la capacidad de estas ciudades para hacerle frente ofrece una visión más realista. A pesar de los drásticos cambios de los últimos 50 o 100 años, estas ciudades no se han derrumbado.
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Aun cuando las temperaturas han aumentado, las muertes relacionadas con el calor han disminuido, debido a las mejoras en la atención a la salud, el acceso a instalaciones médicas y el aire acondicionado. Tenemos mucho más dinero y una capacidad tecnológica mucho mayor para adaptarnos que nuestros antepasados.
Por supuesto, las ciudades también se verán afectadas por el aumento de la temperatura a causa del CO2, además del calentamiento adicional provocado por las islas de calor urbano. Pero tenemos la oportunidad de actuar. A diferencia de nuestros antepasados, que hicieron poco o nada con respecto a las islas de calor urbano, nosotros estamos en buenas condiciones de abordar muchos de sus efectos.
Mientras que los activistas célebres se concentran exclusivamente en reducir el CO2, podríamos hacer mucho más –y a un costo mucho menor— si nos ocupáramos de las islas de calor urbano. Las soluciones simples pueden tener grandes efectos en las temperaturas.
Las ciudades son más calientes que las tierras que las rodean porque son más secas. Carecen de espacios verdes húmedos y tienen sistemas de drenaje que eliminan el agua eficientemente. En Londres, el aire que está encima del Río Támesis es más fresco que el que se encuentra a unas cuantas cuadras en las zonas construidas. Si plantamos árboles y construimos espacios acuáticos, no sólo embelleceremos nuestro entorno, sino que lo refrescaremos –por más de 8°C, según los modelos climáticos.
Además, aunque parezca casi cómicamente simple, uno de los mejores enfoques para reducir la temperatura es muy sencillo: pintar las cosas de blanco. Las ciudades tienen mucho asfalto negro y estructuras oscuras que absorben calor. Al aumentar la reflexión y la sombra se puede evitar mucha de la acumulación de calor. Si se pinta gran parte de una ciudad se podría reducir la temperatura en 10°C.
Estas opciones son simples, obvias y eficientes en función del costo. Consideremos la ciudad de Los Angeles. Instalar techos nuevos de colores más claros en los cinco millones de hogares de la ciudad, pintar la cuarta parte de las calles y plantar un millón de árboles, tendría un costo de aproximadamente mil millones de dólares que se pagaría una única vez. Cada año después de eso, los costos del aire acondicionado disminuirían aproximadamente 170 millones de dólares y se obtendrían beneficios relacionados con la reducción del smog de 360 millones. Además, las temperaturas de Los Angeles disminuirían alrededor de 3°C –es decir, el aumento previsto para el resto del siglo. Comparemos eso con los 180 mil millones de dólares necesarios para aplicar el Protocolo de Kyoto, que prácticamente no tendrá ningún efecto.
Actualmente no se oye mucho sobre las opciones más inteligentes en lo que se refiere a afrontar el calentamiento global. Eso debe cambiar. Podemos elegir qué futuro queremos.