GINEBRA – La reciente alza marcada de los precios de los alimentos y las crecientes preocupaciones sobre la seguridad alimenticia provocaron ansiedad en todo el mundo. La posibilidad de no poder llevar comida a la mesa llena a los padres de una profunda sensación ominosa. Y, como los más pobres del mundo gastan una proporción cada vez mayor de sus ingresos en alimentos, son los más afectados, lo que plantea el riesgo de que años de progreso en materia de reducir la pobreza puedan revertirse.
Los factores aparentemente inalterables que generan estos aumentos sin precedentes de los precios de los alimentos –un cambio a dietas con mayor contenido de proteínas en muchos países, poblaciones en aumento, un mayor uso de biocombustibles y el cambio climático- sugieren que los precios elevados de los alimentos van a perdurar mucho tiempo. A falta de soluciones que alivien la creciente presión sobre los suministros, el hambre y la desnutrición aumentarán.
Claramente, la inversión en producción de alimentos debe aumentar en el mediano y más largo plazo. Pero existe una receta a la que los líderes pueden apelar hoy que podría contribuir a eliminar los obstáculos del lado de la oferta: más comercio. Esta propuesta puede desconcertar a algunos, pero la lógica es franca e irrefutable.
El comercio es la correa de transmisión a través de la cual la oferta se ajusta a la demanda. Permite que los alimentos viajen de tierras de plenitud a tierras de escasez. Y permite a los países que pueden producir alimentos de manera eficiente enviarlos a aquellos que enfrentan limitaciones de recursos que entorpecen la producción alimenticia.
Por ejemplo, el acceso a suministros internacionales de alimentos le permitió a Arabia Saudita abandonar su programa de 30 años de subsidios para la producción doméstica de trigo. Dada la carga financiera del programa y, más importante aún, el costo de la escasez de agua, los sauditas decidieron eliminar los subsidios por completo para 2016.
Cuando la correa de transmisión del comercio internacional que es la base de este tipo de decisiones se desajusta, el resultado es una turbulencia en el mercado. Es por este motivo que Indonesia, uno de los principales productores de arroz y maíz del mundo, recientemente decidió reducir las barreras comerciales a las importaciones agrícolas.
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Hoy, el comercio de productos agrícolas está expuesto a una distorsión mucho mayor que el comercio de otros productos. Los subsidios que distorsionan el comercio, los altos aranceles a las importaciones y las restricciones a las exportaciones actúan como arena en los engranajes de la correa de transmisión y hacen que llevar alimentos al mercado –y, por ende, a la mesa familiar- resulte más difícil y costoso.
Las restricciones a las exportaciones, por ejemplo, juegan un papel directo en el agravamiento de las crisis de alimentos. De hecho, algunos analistas creen que este tipo de restricciones fueron la causa principal de los aumentos de los precios de los alimentos en 2008. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, fueron la razón más importante detrás de la escalada de precios del arroz en 2008, cuando el comercio internacional del grano cayó aproximadamente 7% (a dos millones de toneladas) con respecto a su récord de 2007. De la misma manera, el aumento de precio de los cereales en 2010-2011 está estrechamente vinculado con las restricciones a las exportaciones impuestas por Rusia y Ucrania después de que ambos países se vieron afectados por una severa sequía.
La mayoría de la gente se sorprende cuando se entera de lo poco voluminosos que verdaderamente son los mercados de granos internacionales. Sólo el 7% de la producción mundial de arroz se comercia internacionalmente, mientras que apenas el 18% de la producción de trigo y el 13% de la de maíz se exporta. Las limitaciones adicionales al comercio son una amenaza seria para los países importadores netos de alimentos, donde los gobiernos temen que este tipo de medidas puedan derivar en inanición.
Aquellos que imponen estas restricciones siguen una lógica común: no quieren que sus propias poblaciones sufran hambre. Entonces la pregunta es la siguiente: ¿qué políticas alternativas pueden permitirles cumplir con este objetivo? La respuesta a ese interrogante consiste en más producción global de alimentos, más redes de seguridad social y más seguras, más ayuda alimenticia y, posiblemente, mayores reservas de alimentos.
Una conclusión de la Ronda de Doha de negociaciones sobre el comercio global podría constituir parte de la respuesta a mediano y largo plazo para las crisis de los precios de los alimentos, ya que eliminaría muchas de las restricciones y distorsiones que embarraron el panorama del lado de la oferta. Un acuerdo en Doha podría reducir enormemente los subsidios del mundo rico, que obstaculizaron la capacidad de producción del mundo en desarrollo, y sacaron por completo del mercado a los productores de ciertas materias primas en los países en desarrollo. Se eliminaría el peor tipo de subsidios –los subsidios a las exportaciones.
Un acuerdo en Doha también reduciría los aranceles, aunque con ciertas “flexibilidades”, aumentando así el acceso de los consumidores a los alimentos. A nivel global, se producirían más alimentos donde se los pueda producir más eficientemente, creando así un terreno de juego internacional más equitativo y parejo.
Para ser claros: cuando se trata de afrontar la seguridad alimenticia, el comercio es parte de la solución, no parte del problema.
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Anders Åslund
considers what the US presidential election will mean for Ukraine, says that only a humiliating loss in the war could threaten Vladimir Putin’s position, urges the EU to take additional steps to ensure a rapid and successful Ukrainian accession, and more.
GINEBRA – La reciente alza marcada de los precios de los alimentos y las crecientes preocupaciones sobre la seguridad alimenticia provocaron ansiedad en todo el mundo. La posibilidad de no poder llevar comida a la mesa llena a los padres de una profunda sensación ominosa. Y, como los más pobres del mundo gastan una proporción cada vez mayor de sus ingresos en alimentos, son los más afectados, lo que plantea el riesgo de que años de progreso en materia de reducir la pobreza puedan revertirse.
Los factores aparentemente inalterables que generan estos aumentos sin precedentes de los precios de los alimentos –un cambio a dietas con mayor contenido de proteínas en muchos países, poblaciones en aumento, un mayor uso de biocombustibles y el cambio climático- sugieren que los precios elevados de los alimentos van a perdurar mucho tiempo. A falta de soluciones que alivien la creciente presión sobre los suministros, el hambre y la desnutrición aumentarán.
Claramente, la inversión en producción de alimentos debe aumentar en el mediano y más largo plazo. Pero existe una receta a la que los líderes pueden apelar hoy que podría contribuir a eliminar los obstáculos del lado de la oferta: más comercio. Esta propuesta puede desconcertar a algunos, pero la lógica es franca e irrefutable.
El comercio es la correa de transmisión a través de la cual la oferta se ajusta a la demanda. Permite que los alimentos viajen de tierras de plenitud a tierras de escasez. Y permite a los países que pueden producir alimentos de manera eficiente enviarlos a aquellos que enfrentan limitaciones de recursos que entorpecen la producción alimenticia.
Por ejemplo, el acceso a suministros internacionales de alimentos le permitió a Arabia Saudita abandonar su programa de 30 años de subsidios para la producción doméstica de trigo. Dada la carga financiera del programa y, más importante aún, el costo de la escasez de agua, los sauditas decidieron eliminar los subsidios por completo para 2016.
Cuando la correa de transmisión del comercio internacional que es la base de este tipo de decisiones se desajusta, el resultado es una turbulencia en el mercado. Es por este motivo que Indonesia, uno de los principales productores de arroz y maíz del mundo, recientemente decidió reducir las barreras comerciales a las importaciones agrícolas.
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Las restricciones a las exportaciones, por ejemplo, juegan un papel directo en el agravamiento de las crisis de alimentos. De hecho, algunos analistas creen que este tipo de restricciones fueron la causa principal de los aumentos de los precios de los alimentos en 2008. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, fueron la razón más importante detrás de la escalada de precios del arroz en 2008, cuando el comercio internacional del grano cayó aproximadamente 7% (a dos millones de toneladas) con respecto a su récord de 2007. De la misma manera, el aumento de precio de los cereales en 2010-2011 está estrechamente vinculado con las restricciones a las exportaciones impuestas por Rusia y Ucrania después de que ambos países se vieron afectados por una severa sequía.
La mayoría de la gente se sorprende cuando se entera de lo poco voluminosos que verdaderamente son los mercados de granos internacionales. Sólo el 7% de la producción mundial de arroz se comercia internacionalmente, mientras que apenas el 18% de la producción de trigo y el 13% de la de maíz se exporta. Las limitaciones adicionales al comercio son una amenaza seria para los países importadores netos de alimentos, donde los gobiernos temen que este tipo de medidas puedan derivar en inanición.
Aquellos que imponen estas restricciones siguen una lógica común: no quieren que sus propias poblaciones sufran hambre. Entonces la pregunta es la siguiente: ¿qué políticas alternativas pueden permitirles cumplir con este objetivo? La respuesta a ese interrogante consiste en más producción global de alimentos, más redes de seguridad social y más seguras, más ayuda alimenticia y, posiblemente, mayores reservas de alimentos.
Una conclusión de la Ronda de Doha de negociaciones sobre el comercio global podría constituir parte de la respuesta a mediano y largo plazo para las crisis de los precios de los alimentos, ya que eliminaría muchas de las restricciones y distorsiones que embarraron el panorama del lado de la oferta. Un acuerdo en Doha podría reducir enormemente los subsidios del mundo rico, que obstaculizaron la capacidad de producción del mundo en desarrollo, y sacaron por completo del mercado a los productores de ciertas materias primas en los países en desarrollo. Se eliminaría el peor tipo de subsidios –los subsidios a las exportaciones.
Un acuerdo en Doha también reduciría los aranceles, aunque con ciertas “flexibilidades”, aumentando así el acceso de los consumidores a los alimentos. A nivel global, se producirían más alimentos donde se los pueda producir más eficientemente, creando así un terreno de juego internacional más equitativo y parejo.
Para ser claros: cuando se trata de afrontar la seguridad alimenticia, el comercio es parte de la solución, no parte del problema.