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La debilidad de Alemania perjudica a Europa

MADRID – La salud de Alemania es asunto que trasciende y preocupa. Otrora «enfermo de Europa», el país vuelve por sus fueros. Y tal vez sea poco decir: igual que a finales de los noventa, se enfrenta a la temida «estanflación»: altos niveles de inflación y desempleo combinados con estancamiento de la demanda e ínfimo crecimiento; a esto se suma la falta de un liderazgo político eficaz. Todo ello oscurece la proyección de Alemania (y de la Unión Europea, que depende de ella).

Aunque Francia sea la segunda economía más grande de la UE, potencia nuclear y único Estado miembro con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Alemania es la locomotora económica de la Unión. Durante años, su vigor y dinamismo vinieron impulsados por la disponibilidad de gas ruso barato, una alta demanda china de automóviles y bienes de capital y un bajo gasto en defensa, cortesía de Estados Unidos (a través de la OTAN). Dominó, por defecto, las instituciones europeas. La excanciller alemana Angela Merkel influía tanto en la dirección de la política de la UE que recibió el apodo «reina de Europa».

A Merkel nunca le gustó el primer plano, y dejó huella de liderazgo reticente. Su sucesor, Olaf Scholz, comparte esta característica en grado superlativo: sólo formula declaraciones públicas cuando son absolutamente necesarias, y evita la acción decisiva (sobre todo si puede causar controversia). En las redes sociales circula un neologismo, «scholzing», que describe el acto de «comunicar buenas intenciones, para después usar/encontrar/inventarse cualquier razón imaginable para retrasar y/o evitar que se conviertan en realidad».

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