¿Universidades Mac Donald?

Los académicos se sienten halagados cuando oyen hablar de la "administración del conocimiento" o de la "sociedad del conocimiento". Piensan con frecuencia que esas frases subrayan el papel central de las universidades en la sociedad. De hecho, son signo de lo contrario: que la sociedad misma es un semillero de producción de conocimiento, sobre la que las universidades no disfrutan de ningún privilegio o ventaja especial.

Esto ha sorprendido a los académicos con la guardia baja, porque tradicionalmente han tratado al conocimiento como algo que se busca por sí mismo, sin importar costos o consecuencias. Ahora se enfrentan a una creciente presión global para abrir las universidades a un público más amplio, generalmente por razones ajenas a la búsqueda del conocimiento puro. Hoy en día se espera que las universidades funcionen como distribuidores de credenciales y motores del crecimiento económico.

En consecuencia, los académicos están perdiendo el control de sus estándares de desempeño a manos de "administradores del conocimiento". Las universidades, según el antiguo editor de la revista Fortune , Tom Stewart, son "organizaciones tontas" con demasiado "capital humano" pero con "capital estructural" insuficiente.

Por otra parte, una cadena de comida rápida es supuestmente una "organización inteligente" porque saca el mayor provecho de su personal relativamente poco calificado mediante la alquimia de la buena administración. El mundo de la academia funciona casi exactamente al revés, ya que los rectores y decanos sufren para estar al corriente de lo que está haciendo el personal. McDonald´s, al contrario de una universidad, es mucho más que la suma de sus partes.

Los académicos siguen negando en gran medida el impacto de la administración del conocimiento. Pero el sensible aumento en el número de los presidentes de universidades extraídos de los negocios y de la industria implica que McDonald's y el MIT pueden, al menos en principio, ser juzgados de acuerdo con los mismos patrones de operación y desempeño.

Al mismo tiempo, no es razonable esperar que el creciente número de académicos con contratos de corto plazo defiendan la integridad de una institución que no puede prometerles seguridad laboral. En efecto, muchos académicos (no sólo los profesionales de la administración del conocimiento) han apoyado medidas recientes para disolver la "unión entre enseñanza e investigación" que ha definido a las universidades desde principios del siglo XIX.

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Con el establecimiento de cada nuevo programa académico en internet y de cada nuevo parque científico, las universidades se ven más vulnerables ante esta forma de pensar. Los dos tipos de universidades "post-académicas" que representan (la primera, una fábrica de diplomas y la segunda, un taller de patentes) comparten el interés dominante de beneficiarse de aquéllos que pueden pagar a la entrega. Pero las universidades siempre han tenido problemas para justificar su existencia en términos de costo-beneficio inmediato.

Sería un error culpar a los administradores del conocimiento o, para ese caso, a la ideología neoliberal, por esta visión instrumental de las universidades como "proveedores de servicios". Incluso en los mejores días del Estado benefactor fue precisamente la provisión de servicios lo que hacia atractiva la academia a ojos de los encargados del diseño de políticas. La gente pagaba más impuestos porque ellos o sus hijos podrían ser elegibles para llevar a cabo estudios que mejorarían sus oportunidades de trabajo, o porque los descubrimientos de los investigadores podrían mejorar la calidad de la vida.

La misma mentalidad opera hoy en día en un ambiente cada vez más orientado al financiamiento privado. Pero eso no significa necesariamente que las universidades tengan que comercializarse por completo. Hay más que un interés histórico en el origen corporativo de las universidades. Las universidades, junto con las iglesias, las órdenes religiosas, los gremios y las ciudades fueron las corporaciones originales. Las empresas comerciales empezaron a ser tratadas regularmente como corporaciones hasta el siglo XIX.

Bajo el derecho romano, lo que originalmente le confería un estatus corporativo a una universidad era la búsqueda de objetivos que trascendieran los intereses personales de cualquiera de sus miembros. El estatus corporativo le permitía a las universidades obtener sus propios fondos dedicados a la institución, que eran otorgados a individuos que estaban "incorporados" sobre una base no hereditaria, a través de exámenes o de elecciones.

Las universidades estadounidenses más antiguas y exitosas fueron fundadas por disidentes religiosos británicos, para quienes el formato corporativo seguía siendo muy vigente. A partir del siglo XVII, se empezó a cultivar a los graduados estadounidenses como "exalumnos", que consideraban su experiencia universitaria como un proceso definitorio en la vida que debía compartirse y que merecía su apoyo económico.

Los fondos que se constituyen con esas donaciones permiten a generaciones sucesivas disfrutar de las mismas oportunidades de enriquecimiento. Las universidades de la "Ivy League", como Harvard, Yale y Princeton siguen cobrando las colegiaturas mas caras del mundo, pero solo una tercera parte de los estudiantes pagan el monto total.

De hecho, las universidades no son organizaciones tan tontas. Es cierto que deben esforzarse para ser más que la suma de sus partes. Pero eso significa que el valor de una universidad no debe medirse sólo por los beneficios a corto plazo que ofrece a clientes inmediatos. El ideal de unir enseñanza e investigación prometía justo esa amplitud de visión organizativa, una que valdría la pena actualizar hoy en día.

Después de todo, las universidades se caracterizan por producir conocimientos nuevos (a través de la investigación) que después se consolidan y distribuyen (mediante la enseñanza). En la primera fase, la academia genera nuevas formas de ventajas y privilegios sociales, mientras que en la segunda, las elimina. Esta combinación única de destrucción creativa es lo que define a las universidades como una de nuestras grandes organizaciones empresariales.

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