NUEVA YORK – La apuesta más segura sobre el futuro de la energía es la necesidad de suministros energéticos reducidos en carbono. Aproximadamente el 80% de la energía primaria del mundo hoy está basado en el carbono: carbón, petróleo y gas. Vamos a necesitar pasar a energía sin carbono o baja en carbono para mediados de siglo. Los grandes interrogantes son cómo y cuándo.
La energía primaria con bajo contenido de carbono implica tres opciones: energía renovable, que incluye energía eólica, solar, geotermal, hidráulica y biomasa; energía nuclear, y captura y almacenamiento de carbono, que significa utilizar combustibles fósiles para crear energía, atrapando a la vez las emisiones de CO2 que resultan y guardando el carbono de manera segura bajo tierra.
Existen tres razones imperiosas para que el mundo adopte una energía reducida en carbono. Primero, los niveles más elevados de CO2 están acidificando los océanos. Si seguimos haciendo las cosas como hasta ahora, terminaremos destruyendo una enorme cantidad de vida marina, dañando seriamente las cadenas alimenticias de las que dependemos.
Segundo, el CO2 está cambiando peligrosamente el clima del mundo, incluso si muchos intereses de los Gigantes del Petróleo nos hacen creer lo contrario. (Lo mismo sucedió con las compañías tabacaleras que invirtieron sumas gigantescas en lobby político y ciencia espuria para negar la relación entre el cigarrillo y el cáncer de pulmón).
Tercero, enfrentamos precios marcadamente en aumento para los combustibles fósiles, conforme el crecimiento de los países en desarrollo impulsa la demanda y se agotan los suministros convencionales de carbón, petróleo y gas. Sin duda, podemos encontrar más combustibles fósiles, pero a un costo mucho mayor y con un riesgo ambiental mucho más importante como consecuencia de los derrames industriales, los productos de desecho, las fugas y otros daños.
Inclusive la tan aclamada revolución del gas de esquisto es profundamente exagerada -muy parecida a las fiebres del oro y a las burbujas bursátiles del pasado-. Los pozos de gas de esquisto se agotan antes que los campos convencionales. Y, en términos ambientales, su extracción es muy sucia.
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Estados Unidos ha desarrollado muchas tecnologías de energía baja en carbono, pero otros países hoy en día son mucho más decididos, previsores y resueltos que estados Unidos a la hora de poner en uso estas tecnologías en gran escala. Políticamente, Estados Unidos sigue siendo la tierra de los Gigantes del Petróleo. Los medios financiados por la industria bombardean a los norteamericanos con su mensaje de restarle importancia al cambio climático, mientras que países que son mucho más pobres en combustibles fósiles ya están haciendo la transición necesaria hacia un futuro con bajo contenido de carbono.
Dos vecinos en Europa, Alemania y Francia, están mostrando el camino hacia adelante -o, más precisamente, los caminos alternativos hacia adelante-, con la mira en un futuro con poco contenido de carbono. Lo están haciendo de un modo que refleja sus diferentes asignaciones de recursos, historias industriales y presiones políticas.
Alemania está llevando a cabo la Energiewende, o transición a una energía sustentable -un esfuerzo considerable (de hecho, sin precedentes en el caso de una economía avanzada grande) para satisfacer la totalidad de la demanda de energía del país con energía renovable, especialmente solar y eólica-. Mientras tanto, Francia depende mucho de la energía nuclear reducida en carbono, y está adoptando rápidamente los vehículos eléctricos, como el Leaf de Renault-Nissan, un pionero en la materia.
De las dos estrategias, la de Alemania es la apuesta más inusual. Después del desastre nuclear de Japón en Fukushima, Alemania decidió cerrar toda su industria de energía nuclear y virar por completo hacia una estrategia basada en una mayor eficiencia energética (un menor insumo de energía por unidad de ingreso nacional) y energías renovables. En verdad, no existe una hoja de ruta clara para una transformación energética tan importante, y Alemania casi con certeza tendrá que depender de una grilla de electricidad a nivel europeo para compartir energía limpia y, llegado el caso, de energía solar importada del norte de África y de Oriente Medio.
La apuesta de Francia a la energía nuclear es una opción más comprobada. Después de todo, la mayor parte de la electricidad de Francia proviene de la energía nuclear desde hace muchos años. Y si bien existe un sentimiento antinuclear muy fuerte en Europa -y, cada vez más, inclusive en Francia-, la energía nuclear seguirá siendo parte de la combinación energética global en las próximas décadas, simplemente porque gran parte de Asia (incluyendo China, India, Corea del Sur y Japón) seguirán siendo sus usuarios principales.
El punto clave es que Francia y Alemania, y muchos otros países europeos -inclusive los países escandinavos, con su considerable potencial en cuanto a energía eólica e hidráulica- están reconociendo que el mundo en su totalidad tendrá que abandonar un sistema de energía basado en los combustibles fósiles. Es exactamente el cálculo que debería hacerse.
Muchos sin duda debatirán cuál alternativa -la apuesta a la energía nuclear de Francia o el camino solar de Alemania- es más inteligente. Pero ambas estrategias probablemente sean correctas. La mayoría de los estudios demuestran que una profunda erradicación del carbono de la economía mundial desde hoy hasta mediados de siglo, un horizonte de tiempo comandado por las realidades ambientales, requerirá que se amplíen masivamente todas las opciones bajas en carbono -inclusive una mayor eficiencia y energías renovables.
Una de las mayores prioridades de la nueva Red de Soluciones para el Desarrollo Sustentable, que dirijo en nombre del secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, será la de elaborar caminos alternativos para una economía reducida en carbono, teniendo en cuenta las condiciones específicas de los países en todo el mundo. Los diferentes países elegirán diferentes estrategias, pero todos necesitaremos llegar al mismo lugar: un nuevo sistema energético basado en fuentes de bajo contenido de carbono, electrificación de los vehículos y ciudades y edificios inteligentes y eficientes en materia de energía.
Quienes den los primeros pasos tal vez paguen un precio sensiblemente más alto por estas estrategias, pero ellos y el mundo recogerán los beneficios económicos y ambientales a largo plazo. Al abrazar tecnologías verdaderamente sustentables, Francia, Alemania y otros están creando el sistema energético que dará cada vez mayor sustento a la economía mundial a lo largo de este siglo.
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Donald Trump is offering a vision of crony rentier capitalism that has enticed many captains of industry and finance. In catering to their wishes for more tax cuts and less regulation, he would make most Americans’ lives poorer, harder, and shorter.
explains what a Republican victory in the 2024 election would mean for most Americans’ standard of living.
The outcome of the AI race could determine the global distribution of wealth and power for generations to come, and Europe is already lagging far behind China, the United States, Israel, Taiwan, and many others. Overhauling the EU's sclerotic, Kafkaesque startup ecosystem has never been more urgent.
explain what is wrong with the EU technology startup system, and what to do about it.
NUEVA YORK – La apuesta más segura sobre el futuro de la energía es la necesidad de suministros energéticos reducidos en carbono. Aproximadamente el 80% de la energía primaria del mundo hoy está basado en el carbono: carbón, petróleo y gas. Vamos a necesitar pasar a energía sin carbono o baja en carbono para mediados de siglo. Los grandes interrogantes son cómo y cuándo.
La energía primaria con bajo contenido de carbono implica tres opciones: energía renovable, que incluye energía eólica, solar, geotermal, hidráulica y biomasa; energía nuclear, y captura y almacenamiento de carbono, que significa utilizar combustibles fósiles para crear energía, atrapando a la vez las emisiones de CO2 que resultan y guardando el carbono de manera segura bajo tierra.
Existen tres razones imperiosas para que el mundo adopte una energía reducida en carbono. Primero, los niveles más elevados de CO2 están acidificando los océanos. Si seguimos haciendo las cosas como hasta ahora, terminaremos destruyendo una enorme cantidad de vida marina, dañando seriamente las cadenas alimenticias de las que dependemos.
Segundo, el CO2 está cambiando peligrosamente el clima del mundo, incluso si muchos intereses de los Gigantes del Petróleo nos hacen creer lo contrario. (Lo mismo sucedió con las compañías tabacaleras que invirtieron sumas gigantescas en lobby político y ciencia espuria para negar la relación entre el cigarrillo y el cáncer de pulmón).
Tercero, enfrentamos precios marcadamente en aumento para los combustibles fósiles, conforme el crecimiento de los países en desarrollo impulsa la demanda y se agotan los suministros convencionales de carbón, petróleo y gas. Sin duda, podemos encontrar más combustibles fósiles, pero a un costo mucho mayor y con un riesgo ambiental mucho más importante como consecuencia de los derrames industriales, los productos de desecho, las fugas y otros daños.
Inclusive la tan aclamada revolución del gas de esquisto es profundamente exagerada -muy parecida a las fiebres del oro y a las burbujas bursátiles del pasado-. Los pozos de gas de esquisto se agotan antes que los campos convencionales. Y, en términos ambientales, su extracción es muy sucia.
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Estados Unidos ha desarrollado muchas tecnologías de energía baja en carbono, pero otros países hoy en día son mucho más decididos, previsores y resueltos que estados Unidos a la hora de poner en uso estas tecnologías en gran escala. Políticamente, Estados Unidos sigue siendo la tierra de los Gigantes del Petróleo. Los medios financiados por la industria bombardean a los norteamericanos con su mensaje de restarle importancia al cambio climático, mientras que países que son mucho más pobres en combustibles fósiles ya están haciendo la transición necesaria hacia un futuro con bajo contenido de carbono.
Dos vecinos en Europa, Alemania y Francia, están mostrando el camino hacia adelante -o, más precisamente, los caminos alternativos hacia adelante-, con la mira en un futuro con poco contenido de carbono. Lo están haciendo de un modo que refleja sus diferentes asignaciones de recursos, historias industriales y presiones políticas.
Alemania está llevando a cabo la Energiewende, o transición a una energía sustentable -un esfuerzo considerable (de hecho, sin precedentes en el caso de una economía avanzada grande) para satisfacer la totalidad de la demanda de energía del país con energía renovable, especialmente solar y eólica-. Mientras tanto, Francia depende mucho de la energía nuclear reducida en carbono, y está adoptando rápidamente los vehículos eléctricos, como el Leaf de Renault-Nissan, un pionero en la materia.
De las dos estrategias, la de Alemania es la apuesta más inusual. Después del desastre nuclear de Japón en Fukushima, Alemania decidió cerrar toda su industria de energía nuclear y virar por completo hacia una estrategia basada en una mayor eficiencia energética (un menor insumo de energía por unidad de ingreso nacional) y energías renovables. En verdad, no existe una hoja de ruta clara para una transformación energética tan importante, y Alemania casi con certeza tendrá que depender de una grilla de electricidad a nivel europeo para compartir energía limpia y, llegado el caso, de energía solar importada del norte de África y de Oriente Medio.
La apuesta de Francia a la energía nuclear es una opción más comprobada. Después de todo, la mayor parte de la electricidad de Francia proviene de la energía nuclear desde hace muchos años. Y si bien existe un sentimiento antinuclear muy fuerte en Europa -y, cada vez más, inclusive en Francia-, la energía nuclear seguirá siendo parte de la combinación energética global en las próximas décadas, simplemente porque gran parte de Asia (incluyendo China, India, Corea del Sur y Japón) seguirán siendo sus usuarios principales.
El punto clave es que Francia y Alemania, y muchos otros países europeos -inclusive los países escandinavos, con su considerable potencial en cuanto a energía eólica e hidráulica- están reconociendo que el mundo en su totalidad tendrá que abandonar un sistema de energía basado en los combustibles fósiles. Es exactamente el cálculo que debería hacerse.
Muchos sin duda debatirán cuál alternativa -la apuesta a la energía nuclear de Francia o el camino solar de Alemania- es más inteligente. Pero ambas estrategias probablemente sean correctas. La mayoría de los estudios demuestran que una profunda erradicación del carbono de la economía mundial desde hoy hasta mediados de siglo, un horizonte de tiempo comandado por las realidades ambientales, requerirá que se amplíen masivamente todas las opciones bajas en carbono -inclusive una mayor eficiencia y energías renovables.
Una de las mayores prioridades de la nueva Red de Soluciones para el Desarrollo Sustentable, que dirijo en nombre del secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, será la de elaborar caminos alternativos para una economía reducida en carbono, teniendo en cuenta las condiciones específicas de los países en todo el mundo. Los diferentes países elegirán diferentes estrategias, pero todos necesitaremos llegar al mismo lugar: un nuevo sistema energético basado en fuentes de bajo contenido de carbono, electrificación de los vehículos y ciudades y edificios inteligentes y eficientes en materia de energía.
Quienes den los primeros pasos tal vez paguen un precio sensiblemente más alto por estas estrategias, pero ellos y el mundo recogerán los beneficios económicos y ambientales a largo plazo. Al abrazar tecnologías verdaderamente sustentables, Francia, Alemania y otros están creando el sistema energético que dará cada vez mayor sustento a la economía mundial a lo largo de este siglo.