Vientos de vanidad

COPENHAGUE – Copenhague, capital de Dinamarca, desea ser la primera ciudad en el mundo sin emisiones de CO2 para 2025. Sin embargo, igual que han descubierto muchas ciudades y países bien intencionados, reducir significativamente las emisiones de CO2 es más difícil de lo que parece, y puede que demande un poco de contabilidad creativa.

Lo que es más sorprendente es que los políticos de Copenhague han declarado con gran seguridad que reducir ahora las emisiones de CO2 hará en última instancia a la ciudad y a sus ciudadanos más prósperos, pues las inversiones actuales en energías ecológicas son muy rentables con respecto a un aumento de los precios de los combustibles fósiles. Pero, ¿cómo el autolimitar deliberadamente nuestras opciones resultará en mejores perspectivas propias? Son argumentos que se parecen más a los de los partidarios del medio ambiente limpio –y lo más probable es que se equivoquen.

El primer desafío que enfrenta Copenhague en su objetivo de cero emisiones es la falta de alternativas rentables y efectivas para algunos emisores de CO2, en particular, los automóviles. Dinamarca ofrece actualmente el subsidio más importante del mundo en la compra de autos eléctricos, pues los exenta del escaso impuesto de matriculación de 180%. En el caso del auto eléctrico más popular, Nissan Leaf, esta exención equivale a $85,000 dólares (63,000 euros). Con todo, tan solo 1,536 de los 2.7 millones de autos en Dinamarca son eléctricos.

También existe el otro desafío inherente a la electricidad generada con viento: garantizar que la ciudad pueda continuar funcionando cuando no sopla el viento. Para abordar este problema, Copenhague ha diseñado una estrategia de generación de electricidad que algunas veces le permite operar con energía producida con carbón, cuando es necesario, sin crear emisiones netas.

El plan de la ciudad es construir más de cien turbinas eólicas en la región de Copenhague y en las aguas poco profundas que lo rodean. Habrá una producción combinada de 360 megawatts que suministrará electricidad a la red eléctrica, estas turbinas eólicas abastecerán muy bien las demandas de electricidad de Copenhague –y el excedente se puede usar para contrarrestar las emisiones restantes de CO2 de la ciudad, incluidas las generadas por los millones de autos no eléctricos.

Por ende, el éxito del objetivo de Copenhague dependerá de las zonas circundantes que no tienen el objetivo de ser neutrales en emisiones de CO2. Después de todo, el ejercicio de contabilidad en su conjunto funcionará solamente si otros siguen usando combustibles fósiles que se pueden sustituir por la impredecible energía eólica de Copenhague. En este sentido, Copenhague está aprovechando la oportunidad de mostrar superioridad.

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La promesa de los dirigentes políticos de la ciudad es que esta estrategia de lograr la neutralidad en emisiones de CO2 “ofrece un panorama económico general positivo y dará beneficios económicos para los residentes de Copenhague”, basados en las perspectivas de que los precios de fuentes de energía convencionales como el carbón, el petróleo y el gas aumentarán en los próximos años. Sin embargo, la justificación más frecuente de este supuesto –que los humanos están acabando rápidamente con los pocos recursos naturales– es inconsistente con los acontecimientos del mundo real, pues la innovación ha ampliado efectivamente las reservas de petróleo, gas y carbón a niveles sin precedentes en años recientes.

Analicemos el plan de Copenhague de crear turbinas eólicas, la única fuente más grande prevista de ahorros. Se prevé que tendrá un costo total de 919 millones de dólares por construcción y mantenimiento. Asumiendo un impuesto alto al carbón, esto representa escasos 142 millones de dólares, lo que significa que el valor del proyecto –261 millones de dólares en ahorros– provienen en gran parte de los 1.04 millardos ahorrados en pagos de electricidad. 

Si bien esto suena impresionante, depende de un aumento enorme de 68% en el precio de la electricidad generada con combustibles fósiles para 2030. Además, Copenhague no es el único que hace dichos supuestos; el Departamento de Energía y Cambio Climático de Reino Unido estima un aumento de los precios de 51% para 2030.

Es probable que estas previsiones sean irrealistas. Veamos las tendencias de largo plazo de los precios del carbón y el gas, que alimentan una gran parte de la producción global de electricidad. A pesar de los aumentos recientes, los precios reales del carbón han tenido una tendencia a la baja desde los años cincuenta.

En los Estados Unidos, la revolución de gas de esquisto, facilitada por el desarrollo de fractura hidráulica (“fracking”), ha conducido los precios a su nivel más bajo desde que el gas natural ganara importancia luego de las crisis del petróleo de los años setenta. Como muchos más países están preparándose para usar las reservas de gas de esquisto durante la siguiente década, muy probablemente esta tendencia a la baja continuará, lo que ayudará a reducir más el precio de producción de electricidad. Por esta razón, el centro de análisis de datos sobre mercados energéticos, Aurora Energy Research,  recientemente estimó una disminución importante en los precios de la electricidad para las siguientes tres décadas.

La tecnología para la fractura hidráulica también ha permitido a los Estados Unidos usar sus importantes reservas de petróleo de esquisto, lo que lo convierte en el productor de petróleo más grande del mundo, más que Arabia Saudita. El grupo Citigroup estima que para 2020 el petróleo costará solo 75 dólares por barril, y el ex director de Previsiones Internacionales de la OCDE señala que el precio podría oscilar los 50 dólares.

Esto no es conveniente para las autoridades de asuntos climáticos en el Reino Unido y en Copenhague, porque reduce el atractivo de la energía ecológica. Aunque los precios de la electricidad generada con combustibles fósiles continúen estables, las turbinas eólicas se convertirían en una pérdida neta. Si las previsiones del centro Aurora son correctas, el proyecto de creación de turbinas eólicas de Copenhague sería un gran fracaso, que costaría 50% más del valor de lo ahorrado en electricidad.

En lugar de permitir a los políticos gastar dinero público en proyectos de autocomplacencia climáticos, que se basan en previsiones remotas y no confiables, los ciudadanos deberían alentar a sus dirigentes a invertir en fondos dedicados a investigación y desarrollo de energía ecológica, con el objetivo de crear energías renovables asequibles como para dejar de lado los combustibles fósiles del mercado. Por maravillosas que suenen las iniciativas como la de Copenhague, en última instancia solo son proyectos de vanidad costosos.

Traducción de Kena Nequiz

https://prosyn.org/g9cNJPZes