NUEVA YORK – En un debate celebrado el año pasado en Nueva York y titulado “Las políticas que propugnan la compra en exclusiva de productos americanos y la contratación a personal americano darán resultados opuestos a lo deseados”, con centenares de asistentes, mi equipo de tres partidarios del libre comercio se enfrentó a un trío de proteccionistas, que aparecen con frecuencia en público. Esperábamos perder por 55 por ciento a 45 por ciento en la votación final del auditorio. Resultó que les dimos una buena paliza, al vencer por un margen sin precedentes de 80 por ciento a 20 por ciento. Varios votantes comentaron que habíamos ganado de calle porque teníamos los “argumentos y las pruebas”, mientras que nuestros oponentes tenían “afirmaciones e invectivas”.
Evidentemente, el pesimismo y la desesperación que con frecuencia abruman a los partidarios del libre comercio en la actualidad no está justificado. Los argumentos de los proteccionistas, nuevos y viejos, son simples mitos que se pueden impugnar con éxito. Veamos algunos de los ejemplos más garrafales.
Mito 1: “El costo de la protección y su contrario, los beneficios resultantes del comercio, son insignificantes”.
Eso significa, naturalmente, que, si el proteccionismo es políticamente conveniente, no hay por qué verter lágrimas por los perjuicios causados al país al ceder ante él, actitud que muchos demócratas de los Estados Unidos consideran conveniente adoptar.
Resulta irónico que ese mito fuera el producto de una metodología inapropiada y resultado de las investigaciones de mi eminente profesor en Cambridge Harry Johnson y haya sido inexplicablemente una tesis favorita desde 1990 de mi célebre alumno en el MIT Paul Krugman, pero, aunque ese tema sigue cayendo bien en Washington, ningún estudioso serio lo hace suyo, dadas las convincentes refutaciones publicadas en 1992 por Robert Feenstra, el más competente empirista en materia de política comercial actual, y en 1994 por Paul Romer, de Stanford.
Mito 2: “El libre comercio puede aumentar la prosperidad económica, pero es malo para la clase obrera”.
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Esta afirmación tiene muy buena prensa entre los sindicatos, convencidos de que el comercio con los países pobres produce indigentes en los países ricos. Así, pues, sostienen que debe existir un campo de juego igual para todos: es decir, que se deben aumentar los costos de sus rivales en los países pobres imponiendo las mismas normas laborales existentes en los países ricos. La utilización orwelliana de términos como “comercio justo” encubre el hecho de que se trata de una simple forma insidiosa de proteccionismo encaminada a reducir la competencia de las importaciones.
Sin embargo, muchos economistas han concluido que el continuo cambio tecnológico, que ahorra mano de obra, y no el comercio con los países pobres, es el culpable principal del estancamiento actual de los salarios en los países ricos. Además, los trabajadores se benefician de precios inferiores de bienes importados, como la ropa y los artículos electrónicos.
Mito 3: “El libre comercio requiere que otros países abran también sus mercados”.
Se trata de una cantinela que reaparece siempre que un nuevo gobierno de los Estados Unidos entra en funciones, pero los datos son con frecuencia una ficción y la lógica no es convincente. Los fabricantes de automóviles de los EE.UU. estaban convencidos durante la época en que se atacaba al Japón, el decenio de 1980, de que este país estaba cerrado y los EE.UU abiertos, pero eran éstos los que tenían un cupo de 2,2 millones de unidades correspondiente a automóviles japoneses, mientras que el mercado japonés estaba abierto, pero resultaba difícil entrar en él. La cantinela vuelve a aparecer actualmente en relación con China.
Aunque otras economías estén cerradas, las economías abiertas siguen beneficiándose de su libre comercio. Se mostró escepticismo sobre esa arraigada opinión cuando se sostuvo que, si el Japón se cerraba y los EE.UU. se abrían, las empresas japonesas tendrían dos mercados y las americanas sólo uno. Según se afirmaba, las primeras tendrían, costos unitarios menores que las segundas, pero el problema a ese respecto es, como siempre, la suposición de que las empresas japonesas seguirían siendo tan eficientes como las americanas, pese al proteccionismo.
Mito 4: “Paul Samuelson abandonó el libre cambio y fue el mayor economista de su época”.
Esto último es cierto, pero lo primero, afirmado por muchos proteccionistas, no lo es. Incluso Hillary Clinton, en su campaña por la presidencia de los EE.UU., hizo suya esa falacia.
Lo único que Samuelson mostró es que cualquier cambio exógeno podía perjudicar a una economía comercial; no afirmó que una reacción apropiada ante esa desafortunada situación fuera la de abandonar el libre comercio. Veamos una analogía. Si Florida resultara devastada por un huracán, su gobernador no haría sino empeorar la situación, al abandonar el comercio con otros estados.
Mito 5: “La deslocalización de los puestos de trabajo devasta a los países ricos”.
Esa alarma surgió durante la fracasada campaña presidencial del senador John Kerry en 2004, cuando se enviaron rayos X digitalizados desde el Hospital General de Massachusetts en Boston para que se interpretaran en la India, pero ningún radiólogo ha perdido su empleo en los EE.UU. desde entonces ni han disminuido los salarios de esos profesionales. De hecho, está claro que el aumento de la comerciabilidad de los servicios no ha desencadenado un maremoto económico en los países ricos.
Con frecuencia, puestos de trabajo que habrían desaparecido de todos modos, por los elevados costos en los EE.UU. y otros países ricos, han resurgido allí donde los costos eran inferiores, con lo que han proporcionado servicios que, de lo contrario, habrían desaparecido. Por eso, conocidos autores preocupados por la deslocalización, como el economista Alan Blinder, han pasado a sostener ahora simplemente que una mayor comerciabilidad de los servicios significa que debemos hacer extensivos los ya antiguos programas de ayuda al ajuste a las actividades afectadas por el comercio para que abarquen también los servicios.
A lo que el partidario del libre comercio responde: ¡eso no es un problema!
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Since Plato’s Republic 2,300 years ago, philosophers have understood the process by which demagogues come to power in free and fair elections, only to overthrow democracy and establish tyrannical rule. The process is straightforward, and we have now just watched it play out.
observes that philosophers since Plato have understood how tyrants come to power in free elections.
Despite being a criminal, a charlatan, and an aspiring dictator, Donald Trump has won not only the Electoral College, but also the popular vote – a feat he did not achieve in 2016 or 2020. A nihilistic voter base, profit-hungry business leaders, and craven Republican politicians are to blame.
points the finger at a nihilistic voter base, profit-hungry business leaders, and craven Republican politicians.
NUEVA YORK – En un debate celebrado el año pasado en Nueva York y titulado “Las políticas que propugnan la compra en exclusiva de productos americanos y la contratación a personal americano darán resultados opuestos a lo deseados”, con centenares de asistentes, mi equipo de tres partidarios del libre comercio se enfrentó a un trío de proteccionistas, que aparecen con frecuencia en público. Esperábamos perder por 55 por ciento a 45 por ciento en la votación final del auditorio. Resultó que les dimos una buena paliza, al vencer por un margen sin precedentes de 80 por ciento a 20 por ciento. Varios votantes comentaron que habíamos ganado de calle porque teníamos los “argumentos y las pruebas”, mientras que nuestros oponentes tenían “afirmaciones e invectivas”.
Evidentemente, el pesimismo y la desesperación que con frecuencia abruman a los partidarios del libre comercio en la actualidad no está justificado. Los argumentos de los proteccionistas, nuevos y viejos, son simples mitos que se pueden impugnar con éxito. Veamos algunos de los ejemplos más garrafales.
Mito 1: “El costo de la protección y su contrario, los beneficios resultantes del comercio, son insignificantes”.
Eso significa, naturalmente, que, si el proteccionismo es políticamente conveniente, no hay por qué verter lágrimas por los perjuicios causados al país al ceder ante él, actitud que muchos demócratas de los Estados Unidos consideran conveniente adoptar.
Resulta irónico que ese mito fuera el producto de una metodología inapropiada y resultado de las investigaciones de mi eminente profesor en Cambridge Harry Johnson y haya sido inexplicablemente una tesis favorita desde 1990 de mi célebre alumno en el MIT Paul Krugman, pero, aunque ese tema sigue cayendo bien en Washington, ningún estudioso serio lo hace suyo, dadas las convincentes refutaciones publicadas en 1992 por Robert Feenstra, el más competente empirista en materia de política comercial actual, y en 1994 por Paul Romer, de Stanford.
Mito 2: “El libre comercio puede aumentar la prosperidad económica, pero es malo para la clase obrera”.
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Esta afirmación tiene muy buena prensa entre los sindicatos, convencidos de que el comercio con los países pobres produce indigentes en los países ricos. Así, pues, sostienen que debe existir un campo de juego igual para todos: es decir, que se deben aumentar los costos de sus rivales en los países pobres imponiendo las mismas normas laborales existentes en los países ricos. La utilización orwelliana de términos como “comercio justo” encubre el hecho de que se trata de una simple forma insidiosa de proteccionismo encaminada a reducir la competencia de las importaciones.
Sin embargo, muchos economistas han concluido que el continuo cambio tecnológico, que ahorra mano de obra, y no el comercio con los países pobres, es el culpable principal del estancamiento actual de los salarios en los países ricos. Además, los trabajadores se benefician de precios inferiores de bienes importados, como la ropa y los artículos electrónicos.
Mito 3: “El libre comercio requiere que otros países abran también sus mercados”.
Se trata de una cantinela que reaparece siempre que un nuevo gobierno de los Estados Unidos entra en funciones, pero los datos son con frecuencia una ficción y la lógica no es convincente. Los fabricantes de automóviles de los EE.UU. estaban convencidos durante la época en que se atacaba al Japón, el decenio de 1980, de que este país estaba cerrado y los EE.UU abiertos, pero eran éstos los que tenían un cupo de 2,2 millones de unidades correspondiente a automóviles japoneses, mientras que el mercado japonés estaba abierto, pero resultaba difícil entrar en él. La cantinela vuelve a aparecer actualmente en relación con China.
Aunque otras economías estén cerradas, las economías abiertas siguen beneficiándose de su libre comercio. Se mostró escepticismo sobre esa arraigada opinión cuando se sostuvo que, si el Japón se cerraba y los EE.UU. se abrían, las empresas japonesas tendrían dos mercados y las americanas sólo uno. Según se afirmaba, las primeras tendrían, costos unitarios menores que las segundas, pero el problema a ese respecto es, como siempre, la suposición de que las empresas japonesas seguirían siendo tan eficientes como las americanas, pese al proteccionismo.
Mito 4: “Paul Samuelson abandonó el libre cambio y fue el mayor economista de su época”.
Esto último es cierto, pero lo primero, afirmado por muchos proteccionistas, no lo es. Incluso Hillary Clinton, en su campaña por la presidencia de los EE.UU., hizo suya esa falacia.
Lo único que Samuelson mostró es que cualquier cambio exógeno podía perjudicar a una economía comercial; no afirmó que una reacción apropiada ante esa desafortunada situación fuera la de abandonar el libre comercio. Veamos una analogía. Si Florida resultara devastada por un huracán, su gobernador no haría sino empeorar la situación, al abandonar el comercio con otros estados.
Mito 5: “La deslocalización de los puestos de trabajo devasta a los países ricos”.
Esa alarma surgió durante la fracasada campaña presidencial del senador John Kerry en 2004, cuando se enviaron rayos X digitalizados desde el Hospital General de Massachusetts en Boston para que se interpretaran en la India, pero ningún radiólogo ha perdido su empleo en los EE.UU. desde entonces ni han disminuido los salarios de esos profesionales. De hecho, está claro que el aumento de la comerciabilidad de los servicios no ha desencadenado un maremoto económico en los países ricos.
Con frecuencia, puestos de trabajo que habrían desaparecido de todos modos, por los elevados costos en los EE.UU. y otros países ricos, han resurgido allí donde los costos eran inferiores, con lo que han proporcionado servicios que, de lo contrario, habrían desaparecido. Por eso, conocidos autores preocupados por la deslocalización, como el economista Alan Blinder, han pasado a sostener ahora simplemente que una mayor comerciabilidad de los servicios significa que debemos hacer extensivos los ya antiguos programas de ayuda al ajuste a las actividades afectadas por el comercio para que abarquen también los servicios.
A lo que el partidario del libre comercio responde: ¡eso no es un problema!