Hace 20 años, los gobiernos adoptaron el Protocolo de Montreal, un tratado para proteger la capa de ozono de la Tierra de las emisiones de sustancias químicas destructivas. Pocos podrían haber previsto lo trascendental que resultaría esa decisión.
El Protocolo apuntaba de manera explícita a eliminar progresivamente sustancias como los clorofluorocarburos (CFC) -que se encuentran en productos tales como heladeras, espumas y aerosoles para el cabello- de manera de reparar la delgada capa gaseosa que filtra los rayos ultravioleta nocivos del sol. Para 2010, cerca de 100 sustancias que destruyen el ozono, inclusive los CFC, habrán sido eliminadas a nivel global.
Sin las decisiones que se tomaron hace 20 años, los niveles atmosféricos de las sustancias que destruyen el ozono habrían aumentado diez veces para 2050. Esto podría haber derivado en hasta 20 millones de casos adicionales de cáncer de piel y 130 millones más de casos de cataratas de ojos, para no hablar del daño a los sistemas inmunológicos humanos, la vida silvestre y la agricultura.
Pero ésta es sólo una parte de la historia que celebramos en el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono (16 de septiembre). En los últimos dos años, se ha determinado que el Protocolo de Montreal también salvó a la humanidad de un nivel importante de cambio climático, porque los gases que prohíbe también contribuyen al calentamiento global.
De hecho, un estudio realizado en 2007 calculaba que los beneficios para el clima que surgen del tratado sobre el ozono representan el equivalente a 135.000 millones de toneladas de C02 desde 1990, o un retraso del calentamiento global de 7-12 años.
De modo que las lecciones aprendidas del Protocolo de Montreal pueden tener una importancia mayor. Los científicos hoy calculan que cerca del 50% del cambio climático es causado por gases y sustancias contaminantes que no son C02, entre los que se encuentran compuestos de nitrógeno, ozono de bajo nivel causado por la contaminación y carbono negro. Por supuesto, sigue existiendo un grado de incertidumbre científica respecto de cuánto contribuyen precisamente algunas de estas sustancias contaminantes al calentamiento. Pero definitivamente juegan un papel importante.
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Mientras tanto, es necesario eliminar muchos de estos gases por su impacto ambiental más amplio en la salud pública, la agricultura y los ecosistemas valuados en billones de dólares del planeta, entre ellos los bosques.
Consideremos el carbono negro, un componente de las emisiones de hollín de los motores diesel y el quemado ineficiente de las cocinas de biomasa que está asociado a entre 1,6 y 1,8 millones de muertes prematuras anualmente como consecuencia de la exposición a puertas cerradas y 800.000 como resultado de la exposición en la intemperie. El carbono negro, que absorbe el calor del sol, también representa entre el 10% y el 45% del aporte al calentamiento global y, asimismo, está asociado con pérdidas aceleradas de glaciares en Asia, porque los depósitos de hollín oscurecen el hielo tornándolo más vulnerable al derretimiento.
Un estudio estima que el 26% de las emisiones de carbono negro provienen de estufas y cocinas -más del 40% de esta cantidad del quemado de madera, aproximadamente el 20% del carbón, el 19% de los residuos de cultivos y el 10% del estiércol.
Algunas empresas han desarrollado estufas y cocinas que utilizan flujos de aire pasivo, mejor aislación y el 60% menos de madera a fin de reducir las emisiones de carbono negro en aproximadamente el 70%. La introducción masiva de estos artefactos podría ofrecer múltiples beneficios para una economía verde.
Si bien el C02 puede seguir estando en la atmósfera durante siglos, otras sustancias contaminantes, entre ellas el carbono negro y el ozono, permanecen durante períodos relativamente cortos -días, semanas, meses o años- de manera que reducir o poner fin a las emisiones promete beneficios casi inmediatos para el clima.
La preocupación primordial de la comunidad internacional debe ser sellar un acuerdo serio y trascendente en la cumbre del clima de las Naciones Unidas que se llevará a cabo en diciembre en Copenhague para reducir las emisiones de C02 y ayudar a los países vulnerables a adaptarse. Si el mundo también ha de desplegar todos los medios disponibles para combatir el cambio climático, deben evaluarse científicamente y abordarse con urgencia las emisiones de todas las sustancias que inciden en el medio ambiente.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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Hace 20 años, los gobiernos adoptaron el Protocolo de Montreal, un tratado para proteger la capa de ozono de la Tierra de las emisiones de sustancias químicas destructivas. Pocos podrían haber previsto lo trascendental que resultaría esa decisión.
El Protocolo apuntaba de manera explícita a eliminar progresivamente sustancias como los clorofluorocarburos (CFC) -que se encuentran en productos tales como heladeras, espumas y aerosoles para el cabello- de manera de reparar la delgada capa gaseosa que filtra los rayos ultravioleta nocivos del sol. Para 2010, cerca de 100 sustancias que destruyen el ozono, inclusive los CFC, habrán sido eliminadas a nivel global.
Sin las decisiones que se tomaron hace 20 años, los niveles atmosféricos de las sustancias que destruyen el ozono habrían aumentado diez veces para 2050. Esto podría haber derivado en hasta 20 millones de casos adicionales de cáncer de piel y 130 millones más de casos de cataratas de ojos, para no hablar del daño a los sistemas inmunológicos humanos, la vida silvestre y la agricultura.
Pero ésta es sólo una parte de la historia que celebramos en el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono (16 de septiembre). En los últimos dos años, se ha determinado que el Protocolo de Montreal también salvó a la humanidad de un nivel importante de cambio climático, porque los gases que prohíbe también contribuyen al calentamiento global.
De hecho, un estudio realizado en 2007 calculaba que los beneficios para el clima que surgen del tratado sobre el ozono representan el equivalente a 135.000 millones de toneladas de C02 desde 1990, o un retraso del calentamiento global de 7-12 años.
De modo que las lecciones aprendidas del Protocolo de Montreal pueden tener una importancia mayor. Los científicos hoy calculan que cerca del 50% del cambio climático es causado por gases y sustancias contaminantes que no son C02, entre los que se encuentran compuestos de nitrógeno, ozono de bajo nivel causado por la contaminación y carbono negro. Por supuesto, sigue existiendo un grado de incertidumbre científica respecto de cuánto contribuyen precisamente algunas de estas sustancias contaminantes al calentamiento. Pero definitivamente juegan un papel importante.
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Mientras tanto, es necesario eliminar muchos de estos gases por su impacto ambiental más amplio en la salud pública, la agricultura y los ecosistemas valuados en billones de dólares del planeta, entre ellos los bosques.
Consideremos el carbono negro, un componente de las emisiones de hollín de los motores diesel y el quemado ineficiente de las cocinas de biomasa que está asociado a entre 1,6 y 1,8 millones de muertes prematuras anualmente como consecuencia de la exposición a puertas cerradas y 800.000 como resultado de la exposición en la intemperie. El carbono negro, que absorbe el calor del sol, también representa entre el 10% y el 45% del aporte al calentamiento global y, asimismo, está asociado con pérdidas aceleradas de glaciares en Asia, porque los depósitos de hollín oscurecen el hielo tornándolo más vulnerable al derretimiento.
Un estudio estima que el 26% de las emisiones de carbono negro provienen de estufas y cocinas -más del 40% de esta cantidad del quemado de madera, aproximadamente el 20% del carbón, el 19% de los residuos de cultivos y el 10% del estiércol.
Algunas empresas han desarrollado estufas y cocinas que utilizan flujos de aire pasivo, mejor aislación y el 60% menos de madera a fin de reducir las emisiones de carbono negro en aproximadamente el 70%. La introducción masiva de estos artefactos podría ofrecer múltiples beneficios para una economía verde.
Si bien el C02 puede seguir estando en la atmósfera durante siglos, otras sustancias contaminantes, entre ellas el carbono negro y el ozono, permanecen durante períodos relativamente cortos -días, semanas, meses o años- de manera que reducir o poner fin a las emisiones promete beneficios casi inmediatos para el clima.
La preocupación primordial de la comunidad internacional debe ser sellar un acuerdo serio y trascendente en la cumbre del clima de las Naciones Unidas que se llevará a cabo en diciembre en Copenhague para reducir las emisiones de C02 y ayudar a los países vulnerables a adaptarse. Si el mundo también ha de desplegar todos los medios disponibles para combatir el cambio climático, deben evaluarse científicamente y abordarse con urgencia las emisiones de todas las sustancias que inciden en el medio ambiente.