NAIROBI – La energía renovable desencadena opiniones profundamente polarizadas. Para algunos, es un trasto inútil y costoso; para otros, es la salvadora de la Humanidad, que promete liberarnos a nosotros (y nuestro medio ambiente) de la “locura” de los combustibles fósiles. Por eso, hace mucho que se necesita un análisis realista, creíble y, sobre todo, imparcial, que aporte una muy necesaria dosis de pragmatismo y realismo al debate.
El nuevo informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, compuesto por más de 120 científicos, economistas y especialistas en tecnología, aporta esa tan esperada evaluación. Adopta una perspectiva mundial y concilia los intereses de los países en desarrollo y los desarrollados, al tiempo que examina las amplias cuestiones económicas, medioambientales y sociales que están en juego.
Según sus conclusiones, firmadas por representantes de los más de 190 países que se reúnen esta semana en los Emiratos Árabes Unidos, la energía renovable es una prometedora opción cada vez más práctica y sumamente prometedora. Los costos están reduciéndose y es probable que sigan haciéndolo aún más a medida que se acelere la innovación y siga aumentando la demanda mundial de energía.
Los investigadores han repasado minuciosamente más de 160 hipótesis, incluidos exámenes a fondo de cuatro de ellas. Según las más optimistas de ellas, las renovables podrían atender casi el 80 por ciento del suministro total de energía a mediados de este siglo, con lo que reducirían en una tercera parte las emisiones de los gases que provocan el efecto de invernadero.
Naturalmente, sólo el tiempo dirá si se alcanzará esa cifra o no. Algunas de las seis tecnologías de energía renovable evaluadas, como, por ejemplo, las que generan electricidad a partir de los océanos, requerirán más investigaciones, desarrollo e incubación antes de alcanzar la madurez comercial, pero otras, como, por ejemplo, la solar, la eólica y la geotérmica, son ya en algunos casos competitivas –o casi– en costos con los combustibles fósiles.
El informe del IPCC subraya también lo que algunos expertos en desarrollo y economistas llevan años diciendo: las opciones energéticas deben tener en cuenta los beneficios en el sentido más amplio. Las renovables reducen la contaminación atmosférica, que está costando a la economía mundial miles de millones de dólares al año tan sólo en gastos de atención de salud. Se pueden desplegar rápidamente la fotovoltaicas en zonas rurales sin necesidad de instalar una costosa red eléctrica: Bangladesh ha sido el primer país en adoptar una iniciativa al respecto. Y ahora estamos empezando a comprender los costos del enfriamiento de las centrales eléctricas térmicas en materia de recursos hídricos finitos, por no hablar del precio futuro de un cambio climático desbocado.
La pelota está ahora claramente en el tejado de los políticos. La evaluación del IPCC señala que ya está aumentando la utilización de las renovables. En 2009, la capacidad eólica y fotovoltaica instalada aumentó en más del 30 por ciento y del 50 por ciento, respectivamente, pero no es probable que se alcancen las cifras de verdad grandes sin los tipos de políticas públicas de apoyo que han catalizado la expansión de las renovables en países, como, por ejemplo, China y Alemania.
Son urgentemente necesarias políticas idóneas y con visión de futuro. La nueva tarifa para proveedores de energías renovables de Kenya ha desencadenado un rápido aumento de la capacidad geotérmica y el mayor proyecto de central eólica –de 300MW– en el África subsahariana.
Pero los logros de las diversas políticas nacionales tienen un límite. Las políticas nacionales, incluidas las decisiones sobre préstamos del Banco Mundial y de los bancos de desarrollo regional, deben desarrollarse, como también las estrategias de las Naciones Unidas y de los donantes bilaterales.
No se puede subestimar la importancia de avanzar hacia un nuevo acuerdo mundial sobre el clima en Durban (Sudáfrica) este año. Un acuerdo amplio infundiría certidumbre a los mercados de emisiones de dióxido de carbono y fortalecería los diversos mecanismos que ya están fomentando las renovables en las economías en ascenso y aportando financiación estatal a las inversiones del sector privado. La reunión de Río+20, que se celebrará en el Brasil el año que viene es otra oportunidad para propiciar la transición a una economía verde mundial.
Siguen existiendo dificultades técnicas: la gestión sin fisuras de una panoplia de fuentes energéticas muy diferentes requerirá inversiones en unas mejores redes eléctricas nacionales y regionales. Sin embargo, las oportunidades –mantener el aumento de la temperatura mundial en este siglo por debajo de los dos grados centígrados y crear empleos decentes en las industrias de tecnologías limpias para millones de personas– compensan con mucha diferencia las dificultades. La energía limpia y renovable será un componente indispensable de la lucha contra la pobreza a escala mundial.
El IPCC calcula que los costos de desencadenar una revolución en materia de energías renovables podría oscilar entre tres billones de dólares y más de doce billones de dólares de aquí a 2030. Parece bastante caro y lo es, pero también lo son las subvenciones a los combustibles fósiles, que, con apenas un murmullo de protesta, ascienden actualmente a más de 600.000 millones de dólares al año.
El informe del IPCC ha aportado un sólido fundamento científico para un futuro con escasas emisiones de dióxido de carbono y con recursos eficientes. Ahora los gobiernos tienen una perspectiva más clara sobre cómo reforzar las vidas y los medios de vida de los 7.000 millones de habitantes del mundo (entre 9.000 y 10.000 en 2050), sin por ello dejar de mantener la huella de la Humanidad, incluido el cambio climático, dentro de los limites de sostenibilidad medioambiental del planeta.
NAIROBI – La energía renovable desencadena opiniones profundamente polarizadas. Para algunos, es un trasto inútil y costoso; para otros, es la salvadora de la Humanidad, que promete liberarnos a nosotros (y nuestro medio ambiente) de la “locura” de los combustibles fósiles. Por eso, hace mucho que se necesita un análisis realista, creíble y, sobre todo, imparcial, que aporte una muy necesaria dosis de pragmatismo y realismo al debate.
El nuevo informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, compuesto por más de 120 científicos, economistas y especialistas en tecnología, aporta esa tan esperada evaluación. Adopta una perspectiva mundial y concilia los intereses de los países en desarrollo y los desarrollados, al tiempo que examina las amplias cuestiones económicas, medioambientales y sociales que están en juego.
Según sus conclusiones, firmadas por representantes de los más de 190 países que se reúnen esta semana en los Emiratos Árabes Unidos, la energía renovable es una prometedora opción cada vez más práctica y sumamente prometedora. Los costos están reduciéndose y es probable que sigan haciéndolo aún más a medida que se acelere la innovación y siga aumentando la demanda mundial de energía.
Los investigadores han repasado minuciosamente más de 160 hipótesis, incluidos exámenes a fondo de cuatro de ellas. Según las más optimistas de ellas, las renovables podrían atender casi el 80 por ciento del suministro total de energía a mediados de este siglo, con lo que reducirían en una tercera parte las emisiones de los gases que provocan el efecto de invernadero.
Naturalmente, sólo el tiempo dirá si se alcanzará esa cifra o no. Algunas de las seis tecnologías de energía renovable evaluadas, como, por ejemplo, las que generan electricidad a partir de los océanos, requerirán más investigaciones, desarrollo e incubación antes de alcanzar la madurez comercial, pero otras, como, por ejemplo, la solar, la eólica y la geotérmica, son ya en algunos casos competitivas –o casi– en costos con los combustibles fósiles.
El informe del IPCC subraya también lo que algunos expertos en desarrollo y economistas llevan años diciendo: las opciones energéticas deben tener en cuenta los beneficios en el sentido más amplio. Las renovables reducen la contaminación atmosférica, que está costando a la economía mundial miles de millones de dólares al año tan sólo en gastos de atención de salud. Se pueden desplegar rápidamente la fotovoltaicas en zonas rurales sin necesidad de instalar una costosa red eléctrica: Bangladesh ha sido el primer país en adoptar una iniciativa al respecto. Y ahora estamos empezando a comprender los costos del enfriamiento de las centrales eléctricas térmicas en materia de recursos hídricos finitos, por no hablar del precio futuro de un cambio climático desbocado.
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La pelota está ahora claramente en el tejado de los políticos. La evaluación del IPCC señala que ya está aumentando la utilización de las renovables. En 2009, la capacidad eólica y fotovoltaica instalada aumentó en más del 30 por ciento y del 50 por ciento, respectivamente, pero no es probable que se alcancen las cifras de verdad grandes sin los tipos de políticas públicas de apoyo que han catalizado la expansión de las renovables en países, como, por ejemplo, China y Alemania.
Son urgentemente necesarias políticas idóneas y con visión de futuro. La nueva tarifa para proveedores de energías renovables de Kenya ha desencadenado un rápido aumento de la capacidad geotérmica y el mayor proyecto de central eólica –de 300MW– en el África subsahariana.
Pero los logros de las diversas políticas nacionales tienen un límite. Las políticas nacionales, incluidas las decisiones sobre préstamos del Banco Mundial y de los bancos de desarrollo regional, deben desarrollarse, como también las estrategias de las Naciones Unidas y de los donantes bilaterales.
No se puede subestimar la importancia de avanzar hacia un nuevo acuerdo mundial sobre el clima en Durban (Sudáfrica) este año. Un acuerdo amplio infundiría certidumbre a los mercados de emisiones de dióxido de carbono y fortalecería los diversos mecanismos que ya están fomentando las renovables en las economías en ascenso y aportando financiación estatal a las inversiones del sector privado. La reunión de Río+20, que se celebrará en el Brasil el año que viene es otra oportunidad para propiciar la transición a una economía verde mundial.
Siguen existiendo dificultades técnicas: la gestión sin fisuras de una panoplia de fuentes energéticas muy diferentes requerirá inversiones en unas mejores redes eléctricas nacionales y regionales. Sin embargo, las oportunidades –mantener el aumento de la temperatura mundial en este siglo por debajo de los dos grados centígrados y crear empleos decentes en las industrias de tecnologías limpias para millones de personas– compensan con mucha diferencia las dificultades. La energía limpia y renovable será un componente indispensable de la lucha contra la pobreza a escala mundial.
El IPCC calcula que los costos de desencadenar una revolución en materia de energías renovables podría oscilar entre tres billones de dólares y más de doce billones de dólares de aquí a 2030. Parece bastante caro y lo es, pero también lo son las subvenciones a los combustibles fósiles, que, con apenas un murmullo de protesta, ascienden actualmente a más de 600.000 millones de dólares al año.
El informe del IPCC ha aportado un sólido fundamento científico para un futuro con escasas emisiones de dióxido de carbono y con recursos eficientes. Ahora los gobiernos tienen una perspectiva más clara sobre cómo reforzar las vidas y los medios de vida de los 7.000 millones de habitantes del mundo (entre 9.000 y 10.000 en 2050), sin por ello dejar de mantener la huella de la Humanidad, incluido el cambio climático, dentro de los limites de sostenibilidad medioambiental del planeta.