NAIROBI – En los dos últimos años ha habido muchos altibajos respecto de la consecución de un nuevo tratado para luchar contra el cambio climático. Algunos incluso se desesperan, en el sentido de que está desapareciendo rápidamente la posibilidad de adoptar medidas.
Pero la de abandonar no es una opción aceptable. La última ronda de negociaciones sobre el clima, celebrada el mes pasado en Cancún (México), volvió a colocar el cambio climático por el camino adecuado, aunque a un ritmo y una escala que indudablemente dejarán frustrados a muchos observadores.
El gobierno del Presidente de México, Felipe Calderón, y el Secretario Ejecutivo de la Convención Marco de las Naciones Unidas merecen un reconocimiento por los logros conseguidos en varios sectores importantes, incluida la silvicultura, un nuevo Fondo Verde para ayudar a las naciones en desarrollo y la confirmación de las promesas de reducción de emisiones formuladas en la conferencia sobre el cambio climático celebrada en Copenhague en diciembre de 2009.
Pero, como expusieron con claridad los autores de los modelos climáticos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente en el período anterior a la reunión de Cancún, existe un importante desfase en materia de misiones entre lo prometido por los países y lo que se necesita para mantener el aumento de la temperatura mundial por debajo de dos grados centígrados, por no hablar de conseguir la meta de 1,5 grados que requiere la protección de los Estados insulares de baja altitud.
Pese a algunos logros, el desfase, que, conforme a las hipótesis más optimistas, equivale a las emisiones de carbono de todos los automóviles, autobuses y camiones del mundo, sigue firmemente en pie después de la reunión de Cancún. De hecho, nadie debe subestimar la magnitud de la dificultad que afronta Sudáfrica, anfitriona de las negociaciones del año próximo, para mediar con miras a la consecución de un nuevo acuerdo jurídicamente vinculante para colmar ese desfase y conseguir la financiación necesaria a fin de poner en funcionamiento el Fondo Verde.
No obstante, mientras la cumbre oficial se esforzaba en Cancón para lograr una conclusión, también concluyó otra no oficial que se celebraba a poca distancia de allí. En dicha cumbre paralela se reunieron Jefes de Estado, representantes de gobiernos regionales y locales y de la sociedad civil y empresarios, todos ellos progresistas, y subrayaron en qué medida y a qué velocidad algunos sectores de la sociedad harán la transición a un futuro con pocas emisiones de carbono e irán creando las economías verdes y con tecnologías limpias del siglo XXI.
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Las políticas de Calderón reflejan ese impulso: según algunos cálculos, está transformando su país en el mercado de energía eólica que crece más rápidamente del mundo. Además, México abandonará progresivamente las antiguas bombillas eléctricas ineficientes de aquí a 2014 y acaba de retirar 850.000 refrigeradores domésticos ineficientes para substituirlos por modernos modelos energéticamente eficientes y millones más les seguirán en los próximos años. Los hogares mexicanos que instalan servicios de ahorro de energía, como, por ejemplo, calentadores solares de agua tienen derecho a “hipotecas verdes” con tipos de interés menores.
México no está solo en la adopción de una estrategia nacional para la transición a una economía verde con pocas emisiones de carbono y eficiente en materia de recursos. Uruguay, por ejemplo, ha anunciado una estrategia para generar la mitad de su electricidad a partir de energías renovables de aquí a 2015.
Sesenta gobiernos regionales y locales, a los que corresponde el 15 por ciento de las emisiones mundiales que causan el efecto de invernadero, están también adoptando medidas. Québec y Sao Paolo, por citar sólo dos ejemplos, se proponen reducir en un 20 por ciento los niveles de 1990 de aquí a 2020.
Grandes empresas, desde bancos hasta compañías aéreas, están contribuyendo también. El minorista de los EE.UU. Wal-Mart, por ejemplo, se propone reducir emisiones equivalentes a 3,8 millones de automóviles, en parte mediante la aplicación de medidas energéticamente eficientes en sus almacenes de China.
De hecho, el mundo está presenciando una extraordinaria movilización de proyectos y políticas en el nivel nacional que están cambiando las economías por la vía de la reducción de las emisiones de carbono. En Kenya, una nueva tarifa para proveedores de energías renovables está propiciando un aumento de la energía eólica y geotérmica. Indonesia no sólo está abordando la desforestación, sino que, además, el mes próximo comenzará a abandonar progresivamente las subvenciones a los combustibles fósiles para los automóviles privados. Muchos países y empresas están avanzando a pasos agigantados e indicando su determinación de no ser rehenes del más lento calendario de las negociaciones oficiales.
Todo ello puede mover a algunos a preguntarse por qué se necesitan siquiera las negociaciones internacionales y las cumbres climáticas de las NN.UU., que requieren tanto tiempo, pero es que ese mar de fondo ha resultado catalizado en gran medida por las metas, los calendarios y los mecanismos innovadores ya vigentes de los tratados de las NN.UU. sobre el clima y, muy en particular, por el impulso creado en torno a la con frecuencia criticada cumbre celebrada en Copenhague en 2009.
Dicho impulso seguiría aumentando con un nuevo tratado mundial que no sólo aportara certidumbre a los mercados de carbono y desencadenase inversiones aceleradas en las industrias de tecnologías limpias, sino que, además, garantizara que los países más vulnerables no quedarán marginados. El imperativo actual es el de aunar esos objetivos de forma que se refuercen mutuamente.
Sólo entonces tendrá el mundo una oportunidad para esforzarse por mantener el aumento de la temperatura en este siglo por debajo de dos grados, intensificar la capacidad de resistencia a un clima que haya cambiado y transformar de verdad las estructuras energéticas del pasado y, con ello, las perspectivas de desarrollo para seis mil millones de personas en el futuro.
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Not only did Donald Trump win last week’s US presidential election decisively – winning some three million more votes than his opponent, Vice President Kamala Harris – but the Republican Party he now controls gained majorities in both houses on Congress. Given the far-reaching implications of this result – for both US democracy and global stability – understanding how it came about is essential.
By voting for Republican candidates, working-class voters effectively get to have their cake and eat it, expressing conservative moral preferences while relying on Democrats to fight for their basic economic security. The best strategy for Democrats now will be to permit voters to face the consequences of their choice.
urges the party to adopt a long-term strategy aimed at discrediting the MAGA ideology once and for all.
NAIROBI – En los dos últimos años ha habido muchos altibajos respecto de la consecución de un nuevo tratado para luchar contra el cambio climático. Algunos incluso se desesperan, en el sentido de que está desapareciendo rápidamente la posibilidad de adoptar medidas.
Pero la de abandonar no es una opción aceptable. La última ronda de negociaciones sobre el clima, celebrada el mes pasado en Cancún (México), volvió a colocar el cambio climático por el camino adecuado, aunque a un ritmo y una escala que indudablemente dejarán frustrados a muchos observadores.
El gobierno del Presidente de México, Felipe Calderón, y el Secretario Ejecutivo de la Convención Marco de las Naciones Unidas merecen un reconocimiento por los logros conseguidos en varios sectores importantes, incluida la silvicultura, un nuevo Fondo Verde para ayudar a las naciones en desarrollo y la confirmación de las promesas de reducción de emisiones formuladas en la conferencia sobre el cambio climático celebrada en Copenhague en diciembre de 2009.
Pero, como expusieron con claridad los autores de los modelos climáticos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente en el período anterior a la reunión de Cancún, existe un importante desfase en materia de misiones entre lo prometido por los países y lo que se necesita para mantener el aumento de la temperatura mundial por debajo de dos grados centígrados, por no hablar de conseguir la meta de 1,5 grados que requiere la protección de los Estados insulares de baja altitud.
Pese a algunos logros, el desfase, que, conforme a las hipótesis más optimistas, equivale a las emisiones de carbono de todos los automóviles, autobuses y camiones del mundo, sigue firmemente en pie después de la reunión de Cancún. De hecho, nadie debe subestimar la magnitud de la dificultad que afronta Sudáfrica, anfitriona de las negociaciones del año próximo, para mediar con miras a la consecución de un nuevo acuerdo jurídicamente vinculante para colmar ese desfase y conseguir la financiación necesaria a fin de poner en funcionamiento el Fondo Verde.
No obstante, mientras la cumbre oficial se esforzaba en Cancón para lograr una conclusión, también concluyó otra no oficial que se celebraba a poca distancia de allí. En dicha cumbre paralela se reunieron Jefes de Estado, representantes de gobiernos regionales y locales y de la sociedad civil y empresarios, todos ellos progresistas, y subrayaron en qué medida y a qué velocidad algunos sectores de la sociedad harán la transición a un futuro con pocas emisiones de carbono e irán creando las economías verdes y con tecnologías limpias del siglo XXI.
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México no está solo en la adopción de una estrategia nacional para la transición a una economía verde con pocas emisiones de carbono y eficiente en materia de recursos. Uruguay, por ejemplo, ha anunciado una estrategia para generar la mitad de su electricidad a partir de energías renovables de aquí a 2015.
Sesenta gobiernos regionales y locales, a los que corresponde el 15 por ciento de las emisiones mundiales que causan el efecto de invernadero, están también adoptando medidas. Québec y Sao Paolo, por citar sólo dos ejemplos, se proponen reducir en un 20 por ciento los niveles de 1990 de aquí a 2020.
Grandes empresas, desde bancos hasta compañías aéreas, están contribuyendo también. El minorista de los EE.UU. Wal-Mart, por ejemplo, se propone reducir emisiones equivalentes a 3,8 millones de automóviles, en parte mediante la aplicación de medidas energéticamente eficientes en sus almacenes de China.
De hecho, el mundo está presenciando una extraordinaria movilización de proyectos y políticas en el nivel nacional que están cambiando las economías por la vía de la reducción de las emisiones de carbono. En Kenya, una nueva tarifa para proveedores de energías renovables está propiciando un aumento de la energía eólica y geotérmica. Indonesia no sólo está abordando la desforestación, sino que, además, el mes próximo comenzará a abandonar progresivamente las subvenciones a los combustibles fósiles para los automóviles privados. Muchos países y empresas están avanzando a pasos agigantados e indicando su determinación de no ser rehenes del más lento calendario de las negociaciones oficiales.
Todo ello puede mover a algunos a preguntarse por qué se necesitan siquiera las negociaciones internacionales y las cumbres climáticas de las NN.UU., que requieren tanto tiempo, pero es que ese mar de fondo ha resultado catalizado en gran medida por las metas, los calendarios y los mecanismos innovadores ya vigentes de los tratados de las NN.UU. sobre el clima y, muy en particular, por el impulso creado en torno a la con frecuencia criticada cumbre celebrada en Copenhague en 2009.
Dicho impulso seguiría aumentando con un nuevo tratado mundial que no sólo aportara certidumbre a los mercados de carbono y desencadenase inversiones aceleradas en las industrias de tecnologías limpias, sino que, además, garantizara que los países más vulnerables no quedarán marginados. El imperativo actual es el de aunar esos objetivos de forma que se refuercen mutuamente.
Sólo entonces tendrá el mundo una oportunidad para esforzarse por mantener el aumento de la temperatura en este siglo por debajo de dos grados, intensificar la capacidad de resistencia a un clima que haya cambiado y transformar de verdad las estructuras energéticas del pasado y, con ello, las perspectivas de desarrollo para seis mil millones de personas en el futuro.