OXFORD - En la novela de Anthony Burgess (y la película de Stanley Kubrick) La naranja mecánica, a Alex, psicópata impenitente, le abren los ojos por la fuerza y lo obligan a ver imágenes violentas. Al igual que el perro de Pavlov, lo programan para responder con náuseas a la violencia y el sexo. La escena sigue siendo chocante, pero, como la mayor parte de la ciencia ficción, se ha quedado atrás. La psicología conductista en la que se inspiró ha perdido vigencia desde hace tiempo y hoy suena pasado de moda el temor de que la ciencia se utilice para promover, o incluso obligar, que la gente sea moralmente mejor.
OXFORD - En la novela de Anthony Burgess (y la película de Stanley Kubrick) La naranja mecánica, a Alex, psicópata impenitente, le abren los ojos por la fuerza y lo obligan a ver imágenes violentas. Al igual que el perro de Pavlov, lo programan para responder con náuseas a la violencia y el sexo. La escena sigue siendo chocante, pero, como la mayor parte de la ciencia ficción, se ha quedado atrás. La psicología conductista en la que se inspiró ha perdido vigencia desde hace tiempo y hoy suena pasado de moda el temor de que la ciencia se utilice para promover, o incluso obligar, que la gente sea moralmente mejor.